El conjunto en el recinto Tablada de Sánchez tiene un avance del 97% y cuesta USD 8,9 millones. Foto: Juan Carlos Pérez / EL COMERCIO.
El reasentamiento habitacional Propósito Múltiple Chone parece una pequeña metrópoli. En siete hectáreas tiene 81 casas de hormigón, una Unidad Educativa del Milenio, un infocentro, áreas verdes, una plazoleta, farmacia y guardianía.
El lugar está habitado por 16 familias y se prevé que otras 65 se instalen hasta agosto. Todos son campesinos, pero viven ahí porque sus tierras en ocho comunidades cercanas al río Grande fueron ocupadas para la construcción del proyecto Propósito Múltiple Chone, en la provincia de Manabí.
Esta obra estatal comprende la edificación de una represa para evitar las inundaciones frecuentes y tener agua para las épocas de sequía.
Los comuneros ya llevan seis meses en su nuevo hogar, pero aún no se acostumbran. Se sienten extraños e incómodos de vivir con los ‘lujos’ que no tenían en su natal Río Grande, Ramales, Platanales, Sánchez, El Achiote, Aguacate, Guacayo y El Espejo. Sobre las tierras de esas comunidades se formará el espejo de agua de la represa.
Lo que más añoran es la agricultura, que por años fue su principal fuente de sustento. En sus nuevas casas no pueden sembrar ni tener animales como en su campo. Sin embargo, sí lo pueden hacer en 18 hectáreas que están a 15 minutos de sus viviendas. Allí pueden sembrar maíz, según el Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca (Magap), que regenta esos terrenos.
Pedro Zambrano abrió una pequeña tienda en su casa, para sostenerse. Foto: Juan Carlos Pérez/ EL COMERCIO.
Pero Víctor Zambrano dice que no es suficiente, porque en el campo hay variedad de cultivos y se tiene empleo seguro durante todo el año.
En las fincas, un jornal diario representa USD 15, pero desde que Zambrano pasó al reasentamiento, “conseguirlos es una tarea titánica”. Ahora debe viajar una hora a otras tierras de Chone para trabajar.
Pedro Zambrano se trasladó en enero a las viviendas con nostalgia, porque dejó atrás 30 años de vida en el campo.
El cambio de hábitat le ha hecho perder 20 libras de peso. Entre semana duerme poco, porque a su ‘nueva vida’ le hace falta la tranquilidad de la naturaleza. “Tengo una mejor casa, pero nada es igual al campo, donde todo lo tenía a mi alcance, siempre. Aquí, tengo que comprar en vez de producir”, dice entre sollozos.
Yuri Hernández, técnico del Magap, dice que si los campesinos no deponen sus actitudes negativas no se podrá avanzar con el plan productivo. Dentro de dos semanas el maíz estará listo para la cosecha y eso traerá ingresos para ellos, señala.
Para los campesinos no es tan fácil dejar atrás decenas de años vividos en el campo, aunque se esfuerzan por sacar a flote su espíritu emprendedor.
José Macías vende bolos para mantener a su familia. Ya no cosecha cacao ni plátano.
En el ejercicio de su nuevo trabajo no ha cambiado su forma de vestir. Usa camisa crema, lleva sombrero vaquero y machete en la cintura. Igual lucía cuando iba a desmontar los racimos de plátano.
José Vera vende refrescos y sus potenciales clientes son los trabajadores que construyen el reasentamiento. Teme quedarse sin ingresos cuando los obreros terminen sus labores.
Las 16 familias necesitan tiempo para adaptarse. El psicólogo Javier Callaveral da una explicación: “Las personas del campo no tienen desapego por la tierra. Eso no les permite adaptarse a otras realidades y si lo hacen será por unos pocos años, porque al final regresan a la tierra donde nacieron”.
Mientras tanto, el Ministerio Coordinador de Desarrollo tiene un plan para evitar que los campesinos abandonen sus nuevas casas. Cada una está valorada en USD 40 000.
Katherine Viteri, la coordinadora, dice que con el Patronato del Municipio de Chone se trabajará en emprendimientos y manualidades para que tengan alternativas de trabajo. “La idea es influir en sus modos de convivencia y costumbres”.