De los muros de las naves laterales de la Basílica de Baños cuelgan grandes pinturas. En ellas se ven personas cayendo de quebradas, enfermas, con árboles sobre sus cuerpos, incendios y escenas de cómo el volcán Tungurahua marca la vida de la gente de la región. Las pinturas refieren leyendas de cómo los protagonistas se salvaron de distintos percances gracias a su fe en Nuestra Señora del Rosario de Agua Santa. La Basílica, construida desde 1904 por el Padre Cornelio Haltflants, es uno de los símbolos no solo religiosos sino turísticos. Una puerta de madera de más de tres metros de alto con flores talladas recibe a los visitantes. Existen otras tres entradas, pero según las vendedoras de velas, que están ubicadas en las afueras, la gente prefiere ingresar por la de las flores para agradecer por los milagros, especialmente cuando el volcán Tungurahua erupciona.Al ingresar resalta el piso de cerámica verde, roído por la vejez. Fieles y curiosos se detienen frente a las imágenes donde el coloso hace erupción, especialmente en el cuadro ocho. Ahí aparece la Patrona del cantón sobre un podio. La imagen es cargada por cuatro fornidos campesinos. Ellos, junto a otras seis personas, tratan de proteger a la imagen de la destrucción. La lava se desplaza a través de la cuenca del río Bascún, pintado de rojo. Al otro lado del torrente, indígenas con ponchos rojos y negros corren despavoridos de las piedras candentes y de la ceniza.Al pie de la pintura en óleo data la historia de la imagen, pintada por Fray Enrique Mideros. “Los moradores de Baños querían proteger a la Santísima de la erupción que destruyó Ambato, Riobamba y Pelileo. Pero no pudieron. La Virgen no quiso salir de Baños. Hicieron más de tres intentos”. La leyenda es tomada del libro Crónicas de Baños, del escritor local Rafael Vieira.Sobre la pared contraria está la imagen 11. Ahí aparece Francisco Guevara. Él, dice la explicación del cuadro, se salvó también gracias a la fe en la Virgen. En la erupción de 1797 Guevara quedó atrapado en las riberas del Bascún, que ardían. Estaba agarrado de un árbol que quedó sostenido en tres piedras que impidieron que él se hundiera en la lava.Carlos Cadena cree en los milagros de la Virgen. Él es chofer y siempre le ha pedido a la imagen que lo proteja en las carreteras. El hombre de 45 años estaba en la iglesia, junto a su esposa. Llegaron desde Ambato.Ellos visitan el templo, por lo menos dos veces en el año. La pareja entiende que en Baños no pasa nada, pese a la erupción del Tungurahua. “La Virgencita nos protege a todos. Es la salvadora de esta ciudad”, dice Cadena. En la Basílica de Baños se dan cuatro misas diarias, entre semana; y el domingo, nueve. Las velas gruesas y grandes se prenden antes de la celebración. El altar mayor está adornado con lirios blancos y crisantemos amarillos. Sobre ellos está la imagen de la Virgen. Las luces iluminan su vestido blanco y su capa roja. Sobre su cabello largo y rizado tiene un velo transparente y una corona dorada. La imagen solo sale en las festividades, que se conmemoran cada 3 de marzo desde 1957. A sus pies, decenas de feligreses oran antes de la misa de 16:00. Susurros, llantos y sonrisas se escuchan desde las bancas de madera. Los sonidos se opacan con los truenos del coloso. Las explosiones hacen vibrar los vitrales de colores en las partes altas de la iglesia. En el templo parece que nadie se percata de ello.Griselda Naranjo tiene las manos juntas al ras de su frente. Cerrada los ojos, la mujer de 94 años, agradece por la salud, la comida y por sus tres hijos. “Es nuestra protectora, pese a lo que ocurra con el Tungurahua”. Naranjo tiene una imagen de la Virgen de Agua Santa cerca de su corazón. Cuelga de un cordón café. Está un poco deteriorada pero dice que es la que le da fuerzas y que por eso luce como de 70 años. “No tenemos miedo. Aquí nacimos y aquí moriremos. Por el volcán no será, porque confiamos en nuestra SantísimaMadre.A pocas cuadras de la Iglesia, Teresa Villalba tiene un local de artesanías. Al ingresar a su negocio lo primero que se ve es la imagen de la Virgen colgada en la pared. Las carteras, adornos de madera y figuras de cerámica son opacadas por el cuadro. La mujer, de 69 años, dice que todos los días le reza. Pero cuando el volcán ruge, ella va a la iglesia. Lo único que espera es que si pasara algo más grave de lo que sucedió en 1999 y en el 2006, el templo esté abierto.