Cuenca es conocida por la elaboración de artesanías como sombreros de paja toquilla, joyas, cerámica, hierro forjado’ En la ciudad funcionan 3 103 talleres artesanales donde laboran 15 907 personas, de acuerdo con un estudio de la Universidad Politécnica Salesiana (UPS).
Pero en Cuenca es notorio que hay oficios que están desapareciendo. En la calle Presidente Córdova cada vez hay menos talabarteros, lo mismo ocurre en El Vado con los hojalateros y las zapaterías que funcionaban en cada cuadra cedieron su espacio a los locales comerciales o boutiques que venden zapatos importados. Los escultores de la calle Padre Aguirre tampoco están.
La Federación de Artesanos Profesionales del Azuay registra a 32 asociaciones, la más antigua es la de artistas plásticos Daniel Alvarado, que lleva 50 años, pero ahora solo tiene 30 socios. Los jóvenes prefieren la mecánica, peluquería, corte y confección, la carpintería’
Pero hay artesanos de tradición que se niegan a cerrar sus talleres. Por eso, cuatro cuentan sus historias.
Virgilio Quinde / Escultor
A sus 88 años perdió la agilidad al caminar, pero no su habilidad para manejar la gubia (objeto para labrar superficies curvas). Es ágil para tallar la madera y dar forma a Cristos, santos y otras imágenes.
A los ocho años aprendió a modelar en barro figuras como banderas y aves. Tuvo que esperar nueve años para recibir sus primeras clases con el maestro Isaac Flores. Recuerda con precisión cada hecho de su vida, así entre risas menciona que dejó de pensar en sus novias para ingresar a la Academia de Bellas Artes del Museo Remigio Crespo Toral donde estudió siete años.
A sus 28 años era un escultor que había alcanzado un excelente nivel, lo que hizo que se abriera su taller en el Centro Histórico. La calidad de su trabajo minucioso y exacto hizo que pronto fuera conocido en toda Cuenca. Quinde empezó a enviar sus trabajos a Riobamba, Loja, Quito y Guayaquil.
Estas obras hicieron que en 1956 lo contrataran para que esculpiera el monumento de la Chola Cuencana en tres meses.
Fue contratado para que enviara sus esculturas a Alemania y Gran Bretaña. Entre otros trabajos esculpió a La Virgen Pastora. El cuencano, que ha esculpido más de 80 imágenes del Niño Jesús y un centenar de obras, considera que está en el mejor momento de su vida artística. Su taller está abierto todos los días en su domicilio ubicado a 5 kilómetros al noroccidente de Cuenca, en la vía Sinincay.
Él está casado con Elsa Meza desde hace 56 años, con quien tiene ocho hijos, dos de ellos también son escultores.
Manuel Ortega / Zapatero
Sentado en un banco vetusto de madera Manuel Ortega, de 70 años, golpea la suela para elaborar un par de zapatos. Está 60 años en la misma rutina que aprendió de su padrastro Gerardo Tacuri, quien era severo y no permitía errores, de lo contrario un grito y hasta un correazo recibía Ortega.
Su padrastro tenía el taller en el barrio El Salado al sur de Cuenca. Allí aprendió a lustrar, luego a zurcir… y al final a elaborar zapatos. Recuerda que en cada barrio había varias zapaterías y todas tenían clientes. Unos 20 pares al mes, aparte de las reparaciones es el ritmo de trabajo en el taller.
En 1982 arrendó un cuarto en el Centro Histórico donde hoy funciona la zapatería. En ese año también empezó a elaborar más zapatos y para ello contrató unas 10 personas.
Ese éxito no duró mucho, a los cinco años dejó de hacer calzado porque los zapatos importados de Colombia, China y otros países afectaron a su negocio. “Poco a poco, las zapatería de los barrios cerraron porque el negocio no era bueno y a los zapateros emigraron”.
Ahora tiene dos operarios y su hijo Oswaldo. Pero no se desmotivó y se interesó por los zapatos ortopédicos para el médico Bolívar Salinas. Ortega se mueve despacio de su banco. Tiene osteoporosis y supone que la postura en la que trabaja, que es desde las 07:00 hasta las 23:00 de lunes a sábado, es la causa.
Ortega se entristece al pensar que en poco tiempo tendrá que dejar su oficio por su edad y cuando eso ocurra su hijo también lo hará porque no quiere trabajar solo.
Miguel Andrade / Talabartero
Hasta el nombre de la calle cambió. La Vásquez de Noboa hoy se llama Presidente Córdova. Allí había ocho talabarteros. El único que sobrevive a ese oficio es Miguel Ángel Andrade, de 59 años, quien trabajaba con su padre Jacinto.
Recuerda que a sus 14 años aprendió el oficio. A los seis meses de entrenamiento ya elaboraba una montura para caballo. Esa tarea lleva como mínimo un mes. Hay que escoger madera, cueros, tornillos y más accesorios para dar forma a los aperos, pechera, grupera y correas de la montura.
Andrade con cuidado pasa un cuchillo fino por el cuero. Su padre colocaba las monturas en las veredas los días de feria (miércoles), cuando había más afluencia de gente. Era la década de 1950.
Eran monturas para agricultores y comerciantes de ganado, pero también se dedicaba a arreglar maletas y a confeccionar correas. Con el paso del tiempo, Andrade compró catálogos para autocapacitarse. Ahora entre sus clientes tiene a empresarios, hacendados y jóvenes que practican la hípica.
Su trabajo a detalle en la elaboración de figuras en el cuero de la montura hizo que un australiano le comprara monturas y llevara a su país.
Andrade, al ser el único talabartero del Centro Histórico que realiza un trabajo de calidad, siempre tiene obras las que pueden costar desde unos USD 450 hasta 800 o más. Sin embargo dice que este oficio no es rentable. Con alegría Andrade muestra una montura en miniatura. Son sus preferidas, por ello piensa dedicarse solo de este modelo.
Miguel Durán / Hojalatero
Sus manos están llenas de callos y cortes. Es difícil saber cuántos ha tenido en los 48 años que se dedica a hojalatería. Este cuencano, de 62 años, mantiene su taller El Artesano en El Vado. Allí vende baldes, jarras, adornos… Todos elaborados en zinc y cobre.
A los 14 años comenzó a trabajar en la hojalatería ayudando a su hermano Segundo y a su cuñado David Gutiérrez. Al principio solo pasaba las tijeras, martillo, soldadora… Al poco tiempo ya arreglaba las ollas y platos despostillados.
Por su habilidad obtuvo un trabajo en Guayaquil en 1956. Fue a laborar en una empresa haciendo jarros para colada. Ganaba 32 sucres al día, lo mismo que en una semana ganaba en Cuenca.
Pero el amor por su tierra pesó más y regresó. Se hizo cargo del taller de su hermano. Al poco tiempo también se casó con Ángela Calle, con quien tiene tres hijos, ninguno se interesó por ese oficio.
La calidad de sus trabajos es su referente, pero para mejorar su atención ha realizado cursos de Relaciones Humanas y Marketing en el Secap.
Durán recuerda la época en la que empezó en la hojalatería. La suelda funcionaba con carbón, luego con gasolina y ahora a gas. El tiempo de elaboración de los objetos se redujo. Sus principales clientes eran los ganaderos, a quienes les vendía cantarillas (envases para transportar la leche). Tenía cinco operarios.
En los ochenta, los artículos de plástico le quitaron a sus clientes. “Hoy es una suerte cuando un cliente llega con una olla o plato para soldar”.