Una banda de lona de 10 centímetros de ancho rodea el cuello de Juan Illescas. Lleva otra igual enlazada en los muslos. Ambas tiras, que perdieron su color por el uso, están amarradas a una polea con un gancho de hierro oxidado.
El hombre alto y fornido está parado en una torre de cemento de nueve metros de alto en la ribera del río Pastaza. Viste un jean negro y una camiseta roja.
Es sol quema. Los árboles rodean a la estructura ubicada a 40 minutos de Puyo, por una vía empedrada. A la zona no llegan buses, tampoco hay poblados. El más cercano está a una hora a pie.
Se acomoda las tiras para que no se muevan ni le hagan daño. Cuelga el garfio en el cable templado que sostiene la torre. Levanta las piernas y se impulsa con su mano derecha. Con la izquierda se agarra de la tira y se desliza.
Dice que la mejor posición es la horizontal. Estira las piernas y echa el torso para atrás. El cable tiene 320 metros de largo y se eleva a siete metros del suelo. Así atraviesa el correntoso río que limita a Pastaza y Morona.
Al otro lado se halla la comuna Agua Santa. Illescas compró allí una finca en el 2000. Pero dejó de habitarla en el 2008.
El cable es la única forma de llegar a ese poblado fundado hace 15 años. Sus primeros moradores fueron antiguos habitantes del cantón Baños de Agua Santa, en Tungurahua. De ahí su nombre.
Ahora, en Agua Santa viven siete familias: 70 personas. También hay gente de Cuenca y de Puyo. Con el tercer impulso manual la polea resbala fácilmente. Illescas señala que la mitad del tramo es sencilla. En la segunda parte, el hombre de 43 años utiliza sus manos. Uno, dos, tres… 20 veces y más. Cambia de brazo. Avanza despacio. Descansa cada tres minutos en posición vertical.
Hasta hace tres años la única forma de ir a Agua Santa era por canoa. Los víveres, muebles, productos y ganado los trasladaban de ese modo. Pero el río Pastaza es muy correntoso y aumentó el peligro. José Durán, presidente de la comuna, cuenta que ya hubo accidentes por naufragios.
Por eso pidieron al Consejo Provincial que les colocara una tarabita. Ahora tienen una manual, donde transportan naranjilla, papas chinas y babacos que venden en Puyo, Ambato y Quito. Roberto Huashicta la maneja de 06:00 a 10:00 y de 15:00 a 18:00.
Cuando no hay este servicio o la tarabita está copada de productos, la gente utiliza el cable con la polea y el arnés. Cada familia posee por lo menos uno fabricado artesanalmente. Tras 14 minutos, Illescas llega al otro lado.
En medio de la pendiente está la parada. Es una choza sin paredes que protege a medias de las lluvias continuas. Allí siempre hay quintales de productos para transportar al otro lado.
Bajo la caseta, los comuneros disponen de tres caballos para viajar durante 15 minutos montaña arriba. Así llegan al poblado con sus víveres o productos.
Cuando no hay los pequeños corceles, suben a pie. El camino angosto y sinuoso es lodo rojo.
Desde allí se ve un extenso bosque con varios tonos verdes. El volcán Sangay aparece al fondo. En Agua Santa, las casas están dispersas. Son de madera y están construidas en el segundo piso. Abajo hay animales, hamacas y las herramientas de trabajo. Las flanquean diversos cultivos.
Al filo de la pendiente, Jorge Huama silba y el sonido se dispersa en la cuenca del Pastaza. Así le llaman a Huashicta para cruzar el río en la tarabita. El joven, quien trabaja como guardia en el Puyo, tiene suerte y le escuchan. Cruza con varios quintales, que Illescas espera al otro lado.
El atardecer llega y la oscuridad se toma el lugar. Huashicta, quien también vive en Agua Santa, espera al último vecino para concluir la jornada. Se cubre la mano con un trozo de tela mientras empuja la tarabita. Lo hace decenas de veces al día de un lado a otro.
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