Patricio Haro Ayerve
Condenando categóricamente el golpe de Estado en Honduras, me atrevo a decir que este no es sino una réplica de lo que sucedió en Ecuador por dos ocasiones.
El golpe en Honduras, así como los de Ecuador, no fueron dados por las Fuerzas Armadas ni fueron el típico cuartelazo de la década de los 70 o la asonada golpista del 21 de enero.
Estos atentados contra la democracia fueron propiciados por políticos ambiciosos que atrincherados en sus curules desde la Función Legislativa arrojaron del Poder a su poseedor legítimo, con la modalidad de romper el orden constituido.
Sucedió el 6 de febrero de 1997, el Congreso destituyó al Presidente por “incapacidad mental”. A pesar de la posición constitucionalista de las Fuerzas Armadas los golpistas ya tenían al ungido, como ahora en Honduras.
Sucedió el 20 de abril de 2005, el Congreso declaró “abandono del cargo” y destituyó al mandatario, golpe sacramentado con la lapidaria frase “las Fuerzas Armadas retiran su apoyo al Presidente” cuando ya estuvo todo preparado.
Ni el intervencionismo ni las amenazas de invasión y, peor, los golpes de Estado con careta constitucional fortalecerán a la democracia y menos a la integración latinoamericana.