César hace malabares para conseguir dinero en los semáforos ubicados en El Trébol. Foto: Diego Bravo / EL COMERCIO
Un agujero, bajo un puente ubicado en el centro de Quito, se convirtió en albergue. Ahí, en medio de la oscuridad, se distinguen dos cobijas viejas, camisetas corroídas, pantalones y zapatos desgastados.
Le pertenecen a César, de 18 años. Desde hace tres, él vive en la calle. Huyó de los golpes que recibía en casa. Para subsistir aprendió a hacer malabares y, a cambio, pide caridad en los semáforos de la urbe.
Las autoridades del Estado han intentado llevarlo a un centro de atención especializado, pero él se ha negado. Le aterra estar en sitios cerrados; con cuatro paredes y con reglas, horarios… Por eso del último incluso se escapó.
A través del la campaña Da Dignidad, del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) se abordó a 2 458 personas a escala nacional el año pasado. La mayoría (684) en Esmeraldas. La cifra es inferior a la que se registró en el 2010, cuando se abordó a 8 200.
Según el MIES, es un reflejo de que cada vez hay menos personas mendigando. Las brigadas de Da Dignidad, con sus técnicos, se acercan a las personas y tratan de reinsertarlas en la sociedad con terapias psicológicas, charlas… La mayoría de personas abordadas el año pasado (69%) fueron adultos y adultos mayores.
De las investigaciones de los casos se ha determinado que es más complicado reinsertar a un adulto que vive en la calle. La razón: un niño o adolescente es más flexible para ingresarlo en programas educativos o establecer contacto con la familia, mientras que a una persona mayor de edad le cuesta asumir una nueva vida tras permanecer años en la calle.
Lamentablemente -señala Cecilia Tamayo, viceministra de Inclusión- se han detectado casos de personas en sillas de ruedas cuyos allegados se aprovechan de esa situación.
Marco Guanoquiza coincide en que se ve menos personas mendigando con relación a años anteriores. Él es director de la Fundación Casa Angélica, en Quito, que ayuda a personas de escasos recursos desde hace siete años. Su organización ha asistido a unos 350 adultos sin hogar. Han logrado la identificación de tres perfiles de personas mayores de 18 años que viven en condiciones de mendicidad. 10% vienen a Quito de provincias y deben quedarse en la calle porque no consiguen empleo, “pero ellos se recuperan al conseguir trabajo”.
Un 50% corresponde a los que consumen estupefacientes y un 40% a la gente que no se contacta con su familia.
El trabajo infantil
La luz roja del semáforo se enciende y los niños se acercan a los vehículos con sus pelotas, piedras o machetes. Los arrojan al aire, hacen piruetas frente a los conductores y sus acompañantes. Unos les entregan monedas, otros, la mayoría, los ignoran. Así transcurre su día. Juntan unos USD 5 para comprar comida.
Este Diario hizo un recorrido la semana pasada, en los sectores El Trébol, La Recoleta y La Carolina, en Quito. La tónica de las personas fue similar.
David y Mayra, de 23 y 27 años sobreviven de hacer malabares en los semáforos. Tienen tres hijos menores de cinco años. El más pequeño está en los brazos de su madre cuando David ensaya un improvisado espectáculo circense con machetes y una pelota.
Kléver, de 13 años, en cambio, dice que consigue dinero para ayudar a su madre que está enferma. Tiene desmayos frecuentes. Lo hace junto a su hermano menor de seis años que lo observa sentado desde la vereda. La semana pasada tenía que conseguir USD 72 para ayudar a sus padres.
El MIES abordó a 753 menores de entre 6 y 18 años, en el 2014, como parte de la campaña Da Dignidad. Para los casos de familias que salen a trabajar en las calles -explica la viceministra de Inclusión, Cecilia Tamayo-la entidad implementó puntos de referencia donde se cuida a los niños de 1 a 3 años. A los mayores de 4 años se los traslada a centros educativos públicos.
“La idea es que los papás no utilicen a los menores para pedir dinero”, enfatiza Tamayo. Resalta además que el plan de erradicación de la mendicidad se convirtió política pública y, a partir del 2011, pasó de ser una campaña temporal a una de atención permanente.
Esta se desarrolla en 16 provincias consideradas de mayor vulnerabilidad como zonas expulsoras y receptoras
de gente en situación de extrema pobreza.
El MIES invierte USD 1,4 millones para atender a las personas que se encuentran en situación de mendicidad.
Como parte del proyecto también se desarrollan tareas de sensibilización en la comunidad con espacios informativos y hay 44 convenios de cooperación para trabajar con diferentes fundaciones. También se hace talleres y se recolecta donaciones.