Constitución y caudillismo; un debate pendiente

El interés de Alianza País por enmendar la Constitución, para que se garantice la reelección indefinida en todos los cargos de elección popular, aún no pasa de las palabras al papel.

El proyecto que debe ser analizado por la Corte Constitucional, para determinar la vía desde donde impulsar el cambio (consulta popular o trámite legislativo) no se ha hecho público. Sin embargo, el debate sobre las consecuencias de la reelección indefinida es constante desde el 23 de febrero.

Ese día, cuando Alianza País sufrió un retroceso electoral en las principales ciudades, el presidente Rafael Correa habló de la posibilidad de volver a candidatizarse en el 2017, para evitar así el avance de la “restauración conservadora”.

Políticos de oposición, analistas, académicos, exmilitantes de Alianza País e, incluso, funcionarios del propio Gobierno mostraron su preocupación por este escenario.

De allí que hay críticos que afirman que la reelección indefinida es la fórmula idónea para un proyecto caudillista. Es decir, adaptar una Constitución, para que una sola figura política se perennice en el poder.

En el 2006, el exdiputado y dirigente de la Unión Demócrata Cristiana, Ramiro Rivera, publicó un estudio sobre los resultados de las reformas políticas introducidas en el país a lo largo de su historia.

Ese recuento abre una hipótesis: hay generaciones más inclinadas que otras a los caudillismos. Rivera cuenta que los políticos que elaboraron la Constitución de 1978 idearon un sistema que funcione desde la base de partidos políticos y la alternancia en el poder. Por eso, la reelección estaba expresamente prohibida.

Desde esa percepción, ¿cómo calificar a los asambleístas de la Constitución de Montecristi del 2008? ¿Como una generación caudillista, porque permitió la reelección inmediata por un solo período?

César Rodríguez, exconstituyente de Alianza País y actual opositor al Régimen responde. “En toda su historia, el Ecuador ha buscado un sistema político que le garantice una democracia sana con una alternabilidad en el poder. Eso pasó antes y ocurrió en Montecristi”.

Por eso diferencia las aspiraciones que tuvieron los sectores sociales del 2007 y “las desviaciones” del actual Gobierno que busca una enmienda en la Constitución para “eternizarse en el poder”. No obstante, en Montecristi, al introducirse la reelección por un período más, se dio un paso histórico y distinto al de otras constituciones. Rodríguez pide no cuestionar la reelección inmediada por un solo período, “porque garantiza la continuidad de un programa de gobierno”. Los riesgos, dice, están en volverla indefinida, y permitir el caudillismo.

El catedrático de la Ecotec y analista político, Alfredo Negrete, reflexiona sobre la idea de Rivera. A su juicio, el caudillismo se gesta en momentos de grave crisis política y social. Por eso recuerda que Velasco Ibarra surgió en la dura década de los 30 y consolida su liderazgo en 1944, cuando las corrientes conservadoras y liberales se habían agotado. Es decir, la sociedad vio en Velasco Ibarra al caudillo y a la esperanza.

Pero en 1978, advierte Negrete, las condiciones del Ecuador eran diferentes. El liderazgo de Velasco Ibarra se agotó tras 40 años y se sucedieron dos dictaduras. “La generación del 78 quería vivir la política porque en los años anteriores no lo pudo hacer”.

Además, esa generación estaba inspirada en dos corrientes modernas que marcaron la idea del cambio: la democracia cristiana y la socialdemocracia.

Tan anticaudillista fue el proceso de retorno a la democracia, que se introdujo un artículo en la Constitución que prohibió a Asaad Bucaran ser candidato, por su origen extranjero.

El exminstro Francisco Huerta cree que el signo de la Constitución de 1978 fue cerrar el paso de las reelecciones y así frenar el caudillismo. Pero luego se permitió, con las reformas de 1983, la reelección pero pasando un período.

La idea de entonces era impedir que un presidente hiciera campaña con recursos del Estado. Así que la reelección pasando un período quedó aprobada en la Constitución de 1998, donde el presidencialismo se fortaleció notablemente.

Y también muchos de sus alcances (leyes urgentes en materia económica o el blindaje de los ministros ante un juicio político) se replicaron en la Asamblea del 2008; ahora se habla de un hiperpresidencialismo.

Para Huerta, este término es un eufemismo para evitar señalar que, en efecto, sí hubo en Montecristi el germen de un modelo caudillista.

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