Martha caminaba con su cuñada Mónica cuando fue atacada el 5 de marzo. Las gotas quemaron dedos y pierna izquierdas. Foto: Elena Paucar / EL COMERCIO
En la casa de Gilda (nombre protegido) no hay espejos. Decidieron quitarlos todos cuando volvió del hospital. “Se veía y lloraba; era un llanto inconsolable. Tuvimos que hacerlo para que no se deprimiera”, cuenta Isaías, su padre, un hombre que no se quebranta cuando recuerda el trágico 29 de julio del 2015.
Ese día, el barrio, en el Suburbio guayaquileño, se conmovió. Todo empezó como una pelea entre vecinos y Gilda intentaba averiguar por qué habían golpeado a su sobrina.
“Mi hija trató de arreglar las cosas con diálogo; pero para la agresora, el diálogo fue una botella con ácido”, dice Isaías.
Gilda se desmorona al revivirlo.
“Sentí cómo se rompió el frasco. El líquido cayó sobre mi rostro y corrí desesperada…”.
Sus sollozos estremecen y rompen el silencio en la pequeña oficina donde pasa el tiempo en el día, una central política en la que trabajaba como recepcionista desde 1998.
Tiene 47 años. Es madre de dos hijas y abuela de dos pequeños. Ahora no sale de casa sin el gorro de lana que le cubre la cabeza y las gafas oscuras que ocultan gran parte de su rostro. El ácido carcomió el lado izquierdo de su cara, le quitó el 75% de visión de un ojo, corrió por su cuello, aún cubierto por gasas; dejó heridas en su espalda, pecho y marcó varios queloides ásperos en su brazo derecho.
Estuvo cuatro meses y tres días hospitalizada, y ha pasado nueve veces por el quirófano.
Este 8 de marzo, cuando se recordaba el Día Internacional de la Mujer, su agresora fue llamada a juicio. Recibió una sentencia de cinco años de cárcel por lesiones, pero su abogado apeló y pide una rebaja.
El dictamen golpeó a la familia de Gilda.
Les parece una sentencia ridícula frente al daño físico y emocional que dejó en la guayaquileña.
En Ecuador no hay una legislación específica para juzgar estos casos, pese a que en dos hospitales de Quito y Guayaquil se han reportado nueve agresiones similares en el 2013 y el 2015. Un caso más se sumó el sábado 5, en Guayaquil.
La expareja de Mónica le lanzó el ácido que llevaba en un tarro. Ahora ella se recupera.
Heridas difíciles de curar
En donde sí hay normas puntuales para condenar estos ataques es en Colombia. En los últimos seis años, allí se han reportado 628 ataques con ácido, más del 60% contra mujeres.
La cifra la dio el presidente Juan Manuel Santos, en enero pasado, cuando promulgó la Ley Natalia Ponce.
Ese es el nombre de una empresaria, víctima de un ataque el 27 de marzo del 2014, cuando un vecino obsesionado con ella le roció ácido.
Desde entonces ha pasado por más de 20 cirugías.
Con Yolima ha pasado algo similar.
El viernes estaba en Cali y al mediodía atendió una llamada de este Diario.
En ese momento leía el libro ‘Las mariposas son libres’, la historia de un hombre ciego. Dice que se siente identificada con el personaje de la obra.
El 19 de enero del 2014, un desconocido quemó su rostro.
La agresión la cambió para siempre: perdió el ojo derecho y la movilidad del brazo. El químico también lastimó gran parte del cuello y destrozó la boca y la fosa nasal derecha.
Desde entonces, Yolima ha soportado 21 cirugías. Las primeras 17 fueron las más duras. Le sacaron piel de las piernas y se la injertaron en el cuello.
Hace dos semanas salió de su última operación. Aún se la oye convaleciente. En estos 15 días ha pasado en casa. El intenso sol de Cali, la ciudad colombiana en donde vive, le impide pasear o jugar en el parque con sus dos hijos, Marcela (9 años) y Sebastián (7).
“Es de lo más aburrido, porque no puedo hacer nada. Por eso estaba leyendo cuando me llamó”, dice Yolima, durante el diálogo con EL COMERCIO.
Vive con su hermana en Terrón Colorado, una comuna popular situada en el oeste de Cali, a 719 kilómetros de Quito.
“Le envío un mensaje de fortaleza. Solo uno sabe lo horrible que debe estar pasando. Los primeros días son muy duros”, comenta la caleña, cuando se entera del ataque perpetrado contra Mónica.
Martha acompañaba ese día a Mónica, su cuñada. Las gotas del químico salpicaron en los dedos, la pierna y el brazo izquierdos.
Al principio sintió quemazón, luego ardor y picor.
Ahora sufre dolores. Cree que las heridas se han infectado. La piel afectada luce de color marrón.
Martha no ha tenido tiempo de acudir a un centro de salud. Solo le realizaron el reconocimiento médico legal hace ocho días, cuando denunció el ataque en la Fiscalía.
Por ahora, la familia está dividida entre las oficinas judiciales y la evolución de Mónica, hospitalizada en la Unidad de Quemados del Hospital Luis Vernaza.
La Fundación Internacional de Sobrevivientes de Ácido (ASTI) revela que cada año se reportan unos 1 500 ataques en el mundo. La mayoría de víctimas son mujeres y niños. Las agresiones ocurren sobre todo en Bangladés, India, Camboya, Pakistán y Colombia.
Uno de los atentados más recientes perpetrados en la India ocurrió hace tres semanas. Desconocidos lanzaron ácido a Soni Sori, una política y activista de ese país. El líquido no dañó su visión, pero sí la boca.
Las secuelas médicas
Lesiones profundas, quemaduras de hasta sexto grado, uno tras otro injerto de piel, fajas de presión y expansores, cirugías de reconstrucción y una larga terapia psicológica.
Esa es la cadena de consecuencias de las quemaduras causadas por ácido. La recuperación puede prolongarse por meses y años.
John Villegas, especialista en cirugía reconstructiva de Guayaquil, advierte que las lesiones con ácido tienen una peculiaridad.
Inicialmente, las víctimas padecen cambios de temperatura, por la acción del químico sobre la piel, que toma una coloración café-verdosa.
Luego experimentan un período de calma. Solo después de 10 a 15 días se ve el daño real, con heridas muy profundas, que pueden afectar aun a los músculos y al tejido adiposo.
Cuando Gilda vio la historia de Mónica en la televisión estaba en un comedor. Quienes la acompañaban recuerdan que se apartó de la mesa y empezó a gritar descontroladamente.
Si bien ha recibido atención gratuita en un hospital público, continuamente Gilda debe comprar unas ampollas antiinflamatorias que cuestan USD
20 y conseguir unos expansores que superan los USD 400.
Su caso y el de Mónica no son los únicos. Otras denuncias reposan en la Fiscalía.
En diciembre del año pasado, María fue atacada cuando se dirigía a su trabajo en el cantón Milagro (Guayas).
Como ya lo había hecho otras veces, su exconviviente le rogó que volviera con él.
Pero ella se negó y él arrojó el líquido que le causó heridas en espalda, abdomen y piernas.
El abrigo que llevaba en ese momento le sirvió de escudo para protegerse la cara…