En Guayaquil, hay padres que encadenan a sus hijos para que evitar que consuman ‘H’. Foto: Wladimir Torres / EL COMERCIO
Su tiempo pasa entre las tareas de física y un libro de ‘Narcóticos Anónimos’ que empezó a leer en esta semana. Ángel quiere terminar el bachillerato, pero también quiere comprender por qué es tan difícil dejar las drogas, una lucha que mantiene desde los 13 años.
Llegó hasta décimo año. Después se dedicó a trabajar para conseguir su dosis de H.
Ángel conversa, tembloroso, mientras aguarda por una consulta en el Centro de Salud en Bastión Popular, un barrio en el norte de Guayaquil.
Hace dos años acudió a este dispensario público para seguir un tratamiento. Y en este año, cuando cumplió 20, se inscribió en clases de bachillerato intensivo para luego ir a la universidad; quiere ser abogado.
Pero una recaída alteró esos planes. El miércoles, un poco adormecido, retomó sus citas psicológicas. “Otra vez caí y empecé a faltar al colegio. Pero ese día comenzó las clases asistidas. Estas son parte del protocolo de atención para los adolescentes que asisten a terapias contra las drogas, una estrategia de los ministerios de Salud y Educación para que no deserten de sus estudios.
Lady Rojas, psicóloga del Centro de Salud de Bastión, motivó a Ángel a seguir este programa. Desde el martes el joven asiste al colegio solo para recibir las tareas de la jornada. Luego las hará en casa y volverá al siguiente día para recibir la calificación.
“Estas clases son recomendables durante el síndrome de abstinencia. En esta fase, luego de estabilizarlos, desarrollamos con ellos recursos para afrontar el ambiente de riesgo, para que no vuelvan a consumir”, dice la especialista.
Los colegiales con uniformes van y vienen por los pasillos del dispensario. Cada día atienden a unos ochos jóvenes, como Rose. A los 12 años le dieron un alucinógeno en un parque del barrio.
Era la H. “Después de probarla ya no quería estudiar, me molestaba la voz de los maestros”, cuenta la niña de 14 años, mientras juega con las correas de su mochila.
El año pasado dejó su uniforme colgado durante un quimestre y la mesa de su comedor se convirtió en pupitre. Los profesores iban a la casa a tomarle los exámenes”, recuerda la madre. Así terminó el octavo año de colegio.
Pero la psicóloga Rojas recomienda que las clases asistidas no se extiendan por más de 15 días. “Algunos planteles los envían por meses y años completos; es mucho tiempo. Los chicos deben estar insertados en su medio social”.
El miércoles, en otra consulta, Katty confesó que quiere ser doctora. Lo decidió tras una fatal experiencia: sufrió una sobredosis de H en el colegio. “Casi se muere”, cuenta su mamá.
“La encontré inconsciente… Ese día pasamos toda la madrugada en el hospital”.
Katty tiene 16 años y cursa primero de bachillerato en un nuevo plantel. Los últimos meses del décimo año tuvo que completarlos en casa donde, cuenta orgullosa, solo sacaba 9 y 10 en las materias.
Para atender estos casos, la Subsecretaría para la Innovación Educativa y el Buen Vivir, del Ministerio de Educación, tiene dos vías: ante el uso de drogas (esporádico o experimental) los profesionales del Departamento de Consejería Estudiantil (DECE) se encargan de tratar el problema con el estudiante; mientras que por consumo problemático derivan a los alumnos a centros de salud para su terapia.
En el 2015, el Ministerio de Salud registró 12 808 casos de consumo de drogas en pacientes de 10 a 19 años (solo en Guayas atendieron a 7 652). En tanto que, por ahora, el Ministerio de Educación levanta información de los alumnos que acceden a clases asistidas.
Pero para algunas familias este programa educativo no es una opción. Carlos, de 16 años, dejó de estudiar hace dos. Desde entonces sus días pasan entre el televisor, la música de su celular y una camiseta que amarra a su tobillo. Solo así oculta una pesada cadena.
“Nos duele atarlo -dice su madre-. Pero si no hubiera caído en el vicio, para esta fecha estaríamos preparando su graduación.
Ahora buscamos ayuda para ingresarlo a un centro de rehabilitación”.
Mientras él se niega a volver a clases, otros, como Yadira, anhelan desesperadamente recuperar el tiempo perdido. A los 15 años, cuando estaba en décimo de básica, conoció la H.
Luchó durante cuatro años contra esa droga y ahora que tiene 20 años -y un bebé que es su única inspiración- desea terminar la secundaria.
En casa de su madre, en el Suburbio, conservan con cariño una foto de la escuela. “Yo soy la del cintillo blanco”, dice.
En este año Yadira espera concluir el bachillerato, aunque todavía no es seguro. Aún no logra matricularse por la falta de unos documentos. “Me piden los papeles del último año y en el colegio particular donde estudié no me los dan hasta que no pague una deuda de USD 400. No tengo dinero, pero quiero estudiar para darle un futuro a mi hijo”.
La psicóloga Rojas ve en el estudio una pieza clave de la terapia de recuperación y un soporte para mantener alejados a los jóvenes de las recaídas. “Muchos traen sus diplomas, van a la universidad, trabajan o tienen una familia. Es su forma de decir que, a pesar de las decisiones malas que tomaron lograron algo positivo”.
En contexto
En el 2015, el Ministerio de Salud registró 12 808 casos de consumo de drogas en pacientes de 10 a 19 años. A más de los tratamientos para la adicción, algunos adolescentes requieren clases asistidas en casa, coordinadas por el Ministerio de Educación.