La dolarización

Al cumplirse diez años de la dolarización, resulta muy importante mirar el ciclo en retrospectiva y examinar sus impactos más allá de los economicismos. Es verdad que el esquema fue adoptado bajo la presión de una crisis sin precedentes que reclamaba acciones dramáticas y no permitía dilaciones o divagaciones. Hay ocasiones en que las sociedades, al igual que los hombres, deben tomar decisiones atrevidas ante peligros desconocidos.  Al final, la decisión  fue acertada y sentó las bases de una recuperación económica importante que nos permitió elevar los niveles de vida -particularmente en los sectores medios-, propiciar una movilidad social sin precedentes y disminuir la pobreza. Adicionalmente, la dolarización trajo estabilidad en los niveles de precios y logró abatir la inflación crónica que afectó por tantos años nuestra economía y cuyos efectos perniciosos parecerían haber sido ya olvidados.

No debemos olvidar que el esquema fue introducido como una camisa de fuerza  para contener los inveterados excesos gubernamentales que condenaron al país al drama inflacionario y a las constantes devaluaciones que enriquecieron a exportadores  y tenedores de divisas. El día en que prime la responsabilidad y la sensatez, debemos recuperar una moneda propia que impulse el desarrollo y no los populismos.

En  su libro ‘De Banana Republic a la No República’, el Presidente considera que la dolarización es “una barbaridad técnica y geopolítica” que ha permanecido en el tiempo gracias a los altos precios del petróleo, remesas,  una depreciación del dólar y el gran entorno económico de esta década. El Presidente  es un enemigo acérrimo de los tipos de cambio fijo -incluida la dolarización- que, según su análisis, contendrían los elementos de su propia destrucción. Para ilustrar esta idea toma el caso argentino y la convertibilidad -en sus palabras, “hermana gemela de la dolarización”- como un ejemplo del desenlace inevitable que provoca un tipo de cambio fijo extremo.

Los tipos de cambio -fijo o flexible- no son, intrínsecamente,  buenos ni malos;  su valor depende de los objetivos económicos trazados. Un esquema de tipo fijo exige, claro está, enorme disciplina fiscal y políticas claras que promuevan la inversión y el comercio internacional; todo esto, naturalmente, bajo un clima de seguridad jurídica y protección de libertades.

El colapso argentino se produjo como consecuencia de una grave indisciplina fiscal y un alto endeudamiento, bajo un contexto de apreciación cambiaria y fuertes shocks externos; es decir, algo muy parecido a lo que sucede actualmente en el Ecuador. Es indispensable, entonces,  que el Gobierno deje de incurrir en los excesos del “neoliberalismo argentino” y evite un desastre que terminaría arrasando los fundamentos políticos  actuales.

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