Movilizarse en Quito es una tarea definitivamente complicada. No solo por el creciente número de autos, que obligó a las autoridades a aplicar el pico y placa, sino por las inevitables obras de mantenimiento vial, la construcción de nuevos colectores y, por añadidura, las obras urgentes para enfrentar los daños causados por el invierno.
De manera que, en estos días, a los ya conocidos sitios de congestión vehicular provocados por la topografía se añaden otros que sorprenden a los habitantes que necesitan transportarse de un sitio a otro de la capital.
Cientos o miles de conductores se ven forzados a tomar rutas alternas frente a obstáculos imprevistos, lo cual, por supuesto, caotiza el ya difícil tránsito incluso en las horas de restricción de la circulación. Falta información oportuna y específica sobre las obras, y también falla el trabajo conjunto con la Policía Nacional.
Si bien existe información previa que se distribuye a los medios de comunicación, la mayoría de veces esta no especifica horarios ni sitios exactos. En otras ocasiones, los frecuentes -y explicables- cambios de última hora en los calendarios no llegan a ser comunicados.
Si se suma la limitada coordinación entre Municipio y Policía en materia de tránsito, se entiende que los usuarios se enfrenten a un escenario desalentador, que obviamente no se subsana con un cartel en el cual se ofrecen disculpas.
La autoridad suele decir que hay una oposición provinciana a las incomodidades generadas por las obras, lo cual supuestamente no sucede en las grandes capitales. Pero se debe considerar que en esas sí funcionan los sistemas masivos de transporte y sí hay información y trabajo institucional coordinado. Resulta urgente tomar medidas para dejar atrás el desorden, quizás ese sí, signo de provincialismo.