Las relaciones estrechas de fuentes y periodistas pueden llegar a comprometer el principio básico de informar. Digo esto por su posición de biógrafo de Diego Maradona. ¿En esa relación de amistad de usted con él, es probable que momento omita algo?
Primero, una aclaración: decirme “amigo de Maradona” sería apropiarme de algo que no me corresponde. Soy un periodista que ha tenido el privilegio de compartir, durante más de 20 años, muchos momentos con uno de los personajes más fascinantes y famosos del mundo. Eso me ha permitido desarrollar un profundo conocimiento de él y un afecto que, estoy seguro, es mutuo. Por lo demás, lo que a mí me moviliza ahora en mi relación con Maradona, tanto personal como profesional, son dos valores: la coherencia y la gratitud. O, dicho de otro modo, no ser incoherente respecto de lo que pienso, digo y escribo sobre él, y no ser ingrato con él. Dicho todo esto, el análisis que hago para saber qué publico y qué no es el mismo que con cualquier otro personaje o hecho: lo que la ética me diga.
¿Cómo manejarse con personas como Maradona? ¿Él, en algún momento pudo decir: esto sí se pública y esto no?
La respuesta está relacionada con la anterior. El análisis lo tengo que hacer como con cualquier otro personaje, aun sabiendo que no es cualquiera: es una delgada línea roja entre lo público y lo privado. Más de una vez me he preguntado: ¿por qué sé esto o por qué me enteré de esto? ¿Por que lo conseguí como un buen periodista de investigación o porque estaba allí en otro rol? Es desgastante, es estresante, pero también obligatorio analizarlo así. En el caso de las entrevistas, Diego siempre tuvo claro que con el grabador encendido todas las preguntas son posibles.
¿A partir de escribir la biografía de él, esa relación con él, puede tener sus límites de información o es mucha más abierta’?
La relación ha tenido sus etapas. Fue de muchísima intensidad informativa entre 1985 y 1991, con Diego en plenitud como futbolista. Se hizo más abierta entre 1991 y 1997, en una etapa muy particular de Maradona. Y se hizo más madura entre 1998 y 2006. Desde entonces, los encuentros han sido más espaciados. Tengo la sensación de que cuando Diego está bien, se siente bien, le interesa que lo sepa, que lo pueda contar.
Ese tipo de fuentes pueden, en cierto momento, solicitar ciertas limitaciones que pueden limitar la creatividad nuestra. ¿Llegó a pasar eso con Maradona?
Muchas veces le he preguntado: “¿Esto es para publicar?”. Y he respetado cuando me ha dicho que no. Me perdió alguna primicia por eso, pero gané un vínculo de muchos años a cambio de un noticia efímera, irrelevante en el largo plazo.
Maradona fue sancionado y condenado por una adicción de drogas y usted en su momento lo defendió. ¿Cuál era su posición en ese momento?
Creo que nadie merece ser condenado por ninguna adicción. Yo nunca ataqué a Maradona, eso está claro. Lo que quizás no está tan claro es que no siempre lo he defendido a ultranza, de manera fundamentalista. Siempre, siempre, traté de entenderlo, antes que todo. Y una forma de entenderlo es conocer cómo se ha desarrollado la vida de Maradona.
En la elaboración de los textos de la biografía de Diego, ¿qué fue lo más difícil?
Contar cosas que no se supieran, sorprender. Creo que lo mejor del libro, técnicamente, no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta. Mi mayor orgullo es que muchos me dijeron que, leyéndolo, sentían que estaban escuchando al Maradona humano y no futbolista.
En ese trayecto, ¿Maradona qué tanto participó?
Lo suficiente y necesario. Pedirle más hubiera sido necio. Me alegra saber que confió tanto en mi memoria como en la suya. Me pidió que le leyera un capítulo, el último, una especie de alegato. Jamás olvidaré ese momento: el quincho de la casa de Alfredo Tedeschi, en La Habana; mucha gente alrededor de la mesa, como siempre; Diego en una punta, con la cabeza hundida entre los brazos, escuchando; y yo leyendo, tratando de darle el mejor tono posible al relato. “Me encantó”, me dijo al final. Y me hizo cambiarle una pequeña referencia a Daniel Passarella, su compañero en la Selección. Al día siguiente firmó todas las páginas del original del libro. Y me dijo que me lo quedara yo. Lo tengo en mi casa.
¿Cuántas horas pasó con él para finalmente tener todos los elementos para escribir?
Desde diciembre de 1985 hasta julio de 2000. En serio. Limitar el libro al tiempo que nos llevó desde que se decidió hacerlo hasta que lo terminamos, unos seis meses, es mentir.
¿Maradona es tan difícil cómo lo pinta la sociedad argentina?
Todo lo contrario, es sencillo. Su imprevisibilidad se vuelve previsible como su incoherencia se vuelve coherencia. Uno aprende a entenderlo.
En algún momento leí artículos que escribió sobre que Maradona estaba haciendo mal las cosas. ¿Cuál fue la reacción de él?
O no lo leyó, o no le contaron, o no le importó. Hablé con él tras el triunfo contra Alemania (este año), después de mucho tiempo, y me trató con afecto. Quiero que sepa, y creo que lo sabe, que todo lo que escribo es de buena fe, pretendiendo sobre todas las cosas que le vaya bien. En la Argentina, muchos no querían que fuera el DT de la selección porque no lo quieren. Yo no quería que fuera DT porque lo quiero. Por eso escribí una columna, en octubre de 2008: “Diego arriesga el mito Maradona”. Siempre pensé que era un riesgo que bajara a la función más terrenal e injusta del fútbol.