Este grupo que ahora acampa en la plaza madrileña exige lo que prometió el estado de bienestar: inserción social. La cadena virtuosa se rompió en algún punto y ahora los que padecen las consecuencias de una economía golpeada, desestimulada, que piensa más en los que tienen empleo asegurado y gozan de los beneficios que brinda esa sociedad, son aquellos que carecen de lo más mínimo, una simple plaza de trabajo para una subsistencia digna. Si esa realidad es penosa para los desempleados alcanza niveles de horror en los más jóvenes que no tienen ningún horizonte. Allí ha surgido la rabia y el desencanto. La desconfianza en su clase política y su llamado para abstenerse de ir a las urnas. Su convocatoria ha sido importante para remover la conciencia de la sociedad, pero no ha tenido éxito de cara a los últimos comicios.
Los españoles han acudido a votar y han dado un duro castigo a los socialistas a los que, en su mayoría, les han sacado de las administraciones locales. El golpe histórico ha sido el asestado en La Mancha y en Andalucía, bastiones otrora inexpugnables del socialismo.
El reto para las nuevas autoridades y el Gobierno que se elegirá en un año es enorme. Devolverle la fe a un país que, de la noche a la mañana, abandonó un cuento de hadas. La lección para la comunidad internacional es que no se puede ser indiferente ante las alertas que emanan de una economía e irresponsablemente no adoptar las medidas correctivas a tiempo, por dolorosas que sean. Simplemente si no se lo hace el resultado final termina castigando a quienes supuestamente se desea proteger.