¿Derecho a equivocarse?

Con frecuencia se escucha, frente a un flagrante error cometido, que el autor, como fundamento supremo para defender su conducta, afirma que tiene  “derecho a equivocarse”. Nada más falso.

Quienes así argumentan, sobre todo en  la política, confunden una de las características propias de la condición humana, que es la de estar sujeta a debilidades y falencias, con la facultad o la opción legítima de tomar una determinación específica errada.

En efecto, todo ser humano enfrenta la posibilidad de equivocarse y de hecho se equivoca.  Su libre determinación le lleva a decidir frente a una variedad de opciones. Tiene el derecho de optar por el camino que considere mejor. Pero no tiene el derecho de equivocarse. Por el contrario, su obligación es tomar todas las medidas para evitar los errores y, si estos ocurren, enmendarlos.

Esta obligación es tanto más exigente cuanto mayor sea la capacidad de influencia de una persona, en los campos de la política, la religión, la cultura, la economía. Por esto, un jefe de Estado, por ejemplo, debe reflexionar con serenidad y objetividad antes de tomar decisiones, analizar las posibles consecuencias de las alternativas que se le presenten, a la luz de los objetivos legítimos que se hubiere fijado, teniendo siempre en mente el bien común de la totalidad del pueblo. No puede olvidar la sabiduría del proverbio que advierte que quien mucho habla mucho yerra. Deberá pues dar a conocer sus ideas con parquedad. “Lo que bien se piensa, puede ser expresado claramente y las palabras para decirlo vienen fácilmente al espíritu”, afirma la sabiduría de la cultura francesa.

 Un jefe de Estado no puede ser guiado por la pasión, ninguna pasión, menos por pasiones tan subalternas como el rencor, el odio, la vanidad, el orgullo o la soberbia; no puede reaccionar sin reflexión, simplemente movido por el instinto ante las circunstancias que se le presenten; ni creer, infantilmente, que posee facultades que lo inmunizan frente a la humana posibilidad de cometer errores.

El escritor latino Terencio decía, para referirse a las infinitas opciones de la conciencia: “Soy hombre y, por ende,  nada de lo humano me es extraño”. Esta máxima no debe interpretarse como una aceptación condescendiente de la conducta de los seres humanos. El error es connatural pero no puede aceptarse como el ejercicio de un derecho.

El pueblo tiene también la facultad de determinarse sobre temas atinentes a la cosa pública. Se pronuncia libremente cuando elige a sus líderes. Y frecuentemente se equivoca. No cabe deducir de esta realidad que tiene el derecho de equivocarse, porque ello de alguna manera implicaría conferir legitimidad a la equivocación. No. Debe procurar no cometer errores. Y cuando los comete, debe empeñarse en enmendarlos...

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