También el Diablo forma parte de la historia de la Iglesia. Aunque su presencia cambiante no se identifica con facilidad, su influencia ambigua ha determinado algo del devenir de la eternidad. José Bergamín sostenía que, a diferencia de Dios, era un buen lógico y un buen teólogo, que, en el Evangelio, recurre a la Escritura para tentar a Cristo. Suele creerse que el Diablo se manifiesta en los endemoniados por medio de un idioma arcano. Dante, que sabía que la ira es un atributo de Dios que se castiga en los humanos, reproduce en el canto séptimo del Infierno las palabras infernales que, con ronca voz, pronuncia Plutón, “nuestro enemigo”: ¡Papé Satán, papé Satán aleppe! Sin embargo, en el último canto de ese primer libro de la Comedia, “el césar del imperio doloroso no habla”. Dante lo describe con una cabeza de tres caras, con dos alas grandes de murciélago bajo cada cara, sin plumas, que al aletear producían tres vientos, de seis de sus ojos brotaban lágrimas que “con su sangrienta baba se mezclaban”. Salvador Elizondo advertía que el origen de las metamorfosis de Satán se situaba en el Edén, al oriente, donde, según el Génesis, hizo su aparición en forma de serpiente, “la más astuta de cuantas bestias del campo hiciera Yavé Dios”. En la Historia del Diablo, sin embargo, Daniel Defoe conjeturaba que “a los niños y a las viejas se les han dicho tantas cosas espantosas del Diablo, se han forjado de él ideas tan horribles, figuras tan monstruosas, que serían capaz de asustarlo, si él se encontrase en la oscuridad y se presentara a sí mismo bajo las diferentes formas que de él ha inventado la imaginación del hombre”. Entre las muchas formas que ha adoptado, el Diablo también ha sido un títere. Una de las obras que vio el niño Johann Wolfgang von Goethe en un teatro de marionetas, refería la historia del doctor Faustus, que mantenía tratos con el demonio. Con frecuencia, sus tentaciones se limitan a mostrarse dispuesto a cumplir los deseos de aquellos a quienes pretende perder, y acaso en la realización de esos deseos se haya su maldad. Los deseos condenan inexorablemente a los que creen en ellos. Si Dios hace milagros, el Diablo tiene el poder de obrar prodigios que terminan en desgracias y le permiten consumar el engaño al que se dedica compulsivamente y el cual termina por convertirse en una burla atroz de aquellos que han sucumbido a su servilismo. Pero el Diablo no solo se divierte prodigando la dicha inmediata de aquellos a los que tienta. Daniel Defoe aseguraba que “es un creyente” y que “teme a Dios”. Según Dante, es el encargado de castigar a los tres mayores pecadores de la historia, Bruto y Casio, que traicionaron a César, y Judas Iscariote, que traicionó a Cristo. Lucifer es un instrumento de la divinidad como, según Borges, lo fue Judas Iscariote, sin cuya traición no hubiera podido consumarse la trama de la crucifixión.El Universal, México, GDA