¿Se acuerdan de los ofrecimientos de hace cuatro o cinco años? ¿Todavía se acuerdan de la momentánea esperanza que generó el actual Gobierno cuando entró en funciones? ¿Se acuerdan de las profundas miradas al horizonte, en busca de mejores días? ¿Se acuerdan del amor infinito, o algo así? Tras la autodestrucción de los viejos partidos políticos, que se negaron a renovar sus cuadros, que se negaron a justificar sus pactos antinatura, la llamada revolución ciudadana nos prometió el fin de la corrupción partidista, el comienzo de una nueva era caracterizada por el diálogo y por el consenso. La revolución ciudadana implicaba –por lo menos así nos la quisieron vender al por mayor- el advenimiento de un nuevo sistema fundamentado en los más básicos principios de la democracia, como el debate público y racional de los problemas de país, como el respeto de las ideas de los demás, como el entendimiento de que las personas son las que fiscalizan al poder y no viceversa.
También nos lavaron el cerebro con la idea de que el pasado quedaría atrás y de que, a partir de entonces, se abriría una nueva era (un nuevo “espacio”) alejada de las prácticas corruptas del pasado, de los métodos políticos del viejo régimen. Si los anteriores años de la democracia reinaugurada en 1979 eran el sinónimo más cruel gobierno de la banca, de los partidos políticos de amigos y parientes y de los capitales especulativos, a partir de la revolución ciudadana viviríamos una nueva realidad: manos limpias, honradez política y un nuevo y jamás visto país democrático. Soberanía y dignidad al cuadrado.
El tránsito de la utopía al miedo ha sido más rápido y más profundo de lo esperado. Aunque se trate de puras “percepciones”, da miedo salir a la calle: los asaltos, los secuestros exprés, los asesinatos y las extorsiones no solamente se multiplican sino que despuntan. A mucha gente le da miedo opinar e informar, me imagino que por las represalias que podrían venir desde el poder, y principalmente sufrir los vejámenes y los insultos sabatinos, para los que más suerte tienen. A los otros, los de menos suerte, les dará miedo informar y opinar por la posibilidad de enfrentar juicios descabellados o incluso la cárcel.
Creo que a cualquiera en sus cabales le dará miedo cruzarse con la caravana presidencial, arriesgarse a una buena reprimenda desde el mismo pináculo del poder y a las humillaciones de los guardaespaldas, escoltas y demás versiones de personal de seguridad. Por lo menos tienen la consideración, hay que admitirlo, de llevar a los arrestados a un centro o subcentro de salud pública para verificar que no haya hematomas. Bendito sea el poder.