Cumplo 29...¡por segunda vez!

Ana Cristina Herdoíza

Yo tomo, fumo y bailo pegado. En realidad una de estas tres cosas no la hago, pero ahora que estoy tan cerca de los 30 pensaba en esta como una frase de determinación y poder, como decir:  “¡Sí, tengo 30 y qué, no tiene nada de malo!”. Pero entonces, ¿qué tiene de bueno?

Cuando era niña y veía en las novelas o escuchaba a ciertas mujeres mentir sobre su edad o de hecho ni siquiera decirla, no entendía ese afán, en ese entonces ridículo para mí, de ocultar algo tan inocultable. Ahora tengo que aceptar que me he unido al clan de las que dicen desde este año ‘descumplo’, no cumplo, o cumplo 20 y 10, seguramente la niña que yo era se avergonzaría de que su ‘adulta’ tenga el conocido complejo de Peter Pan.

Inevitablemente uno entra en el  círculo vicioso de la vida, ver de lejos una realidad que tarde o temprano te toca enfrentar, tratar de alejarla lo más posible y, cuando te llega, hacerse el desentendido hasta lo que más se pueda. Me imagino que eso significa estar en la crisis de los 30: pensar que la juventud se muda, es decir, mejor pensar en un nuevo y mejor tipo de juventud que en el fin de ella; sentirse orgullosa y completamente feliz con los piropos de “pareces gemela de tu hermana “, ella tiene 23, o “no puedo creer que tengas esa edad, es mentira ¿no es cierto?”; enamorase de un hombre considerablemente menor a ti y decir entre broma y en serio  que Demi Moore es una ídola o comenzar a pensar que las interrogantes aquellas de qué he hecho con mi vida, para dónde voy y qué hago ahora son cosas de más grandes, mejor dejarlas para la crisis de los 40.

En  Internet leí algunos simpáticos ejemplos  de síndromes de los 30 con los que fácilmente uno se puede sentir identificado como el síndrome de  “Scarlet O´Hara”, cuando pones a Dios de testigo de que no le volverás a llamar, escribir o esperar nada de él o el de “¡Ay! nadie me quiere” después de revisar cada 3 minutos si tienes algún mensaje nuevo en el celular o el síndrome de “¡Ay! ya no estoy para esos trotes” cuando la función del cine a la que te invitan es casi a la media noche.

Y  buscando más información sobre la crisis de la Generación X me encontré con las conocidas diferencias de género de lo que mujeres y hombres, sobre todo solteros, sentimos y hacemos a los 30. Según dicen, las mujeres de hoy en nuestra tercera década somos: autosuficientes, con muchas inquietudes profesionales, independientes económicamente, de buen nivel cultural y con objetivos marcados pero, a pesar de todo esto, la soledad invade a la gran mayoría y nos vuelve más maniáticas y recelosas. En cambio las características que más destacan de los hombres treintañeros es que se vuelven adictos al trabajo y a la tecnología, tienen más de dos celulares, play station, wii, play station 2 y play station 3; se vuelven mucho más vanidosos, ya no se avergüenzan de usar o de aceptar que usan cremas para la cara, tratamientos y champú específico para su tipo y color de cabello; y en su gran mayoría ya no se acercan a las mujeres con la seguridad que los 20 años les daban, son más tímidos o prudentes, como se los quiera llamar. La verdad es que la llegada de los 30 es atemorizante, yo al menos, no lo puedo negar. Va a llegar sí, no queda más que aceptarlo dignamente pero ¿qué se supone que se debe sentir con respecto a las miradas y sonrisas irónicas de menores y mayores cuando te dicen: “¿Cumples treintaaaaa?”, o cuando encuentras antiguas cartas en que un amigo te dice:  “Te invito a una fiesta de un man que cumple 30, seguro hay puro viejo pero al menos no pagamos nada”. Me imagino que tendré que ir paso a paso, seguir buscando frases con convicción de treintañera: “¡Si fumo, tomo y bailo pegado y qué!, mentira, repito que una de las 3 no hago. No existe el país de Nunca Jamás y.. en unos días cumplo 29, por segunda vez...”

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