La preocupación del presidente Rafael Correa porque, siete años después, cayó en cuenta de que Alianza País es una estructura débil, no es muy convincente.
Al menos no, si su reflexión -como de hecho ya ocurre- ha desencadenado una purga interna donde solo él sale bien librado de las culpas. ¿Cuántas veces Correa desautorizó al alcalde Augusto Barrera en asuntos de la ciudad?
La pregunta de los toros o el nombre del aeropuerto se decidieron en el Palacio de Carondelet. Pero, claro, es Barrera quien a ojos del oficialismo tuvo problemas de liderazgo o, en palabras más morochas, no era Míster Simpatía.
¿De qué manera se zanjaron las divisiones en la bancada legislativa frente a la penalización del aborto en los casos de violación? Bueno, con una dura reprimenda del Presidente por televisión, en donde señaló que él no iba a ceder en este tema, porque tiene sus propios reparos morales. Luego vino la sanción disciplinaria a tres legisladoras, a vista y paciencia de una Asamblea que, para colmo, está liderada por tres mujeres, algo considerado como un hito de la revolución ciudadana en política de género.
¿Quién se ha dedicado a reciclar ministros y colaboradores cercanos durante siete años? No hay mejor espacio para una agrupación política que está al frente de un gobierno que el gabinete ministerial para probar cuadros, evaluar su capacidad de gestión pública y descubrir a los líderes que tomarán la posta.
Pero Correa convirtió a Vinicio Alvarado en una figura indispensable en la conducción de la agenda política y puso a sus legisladores a debatir sobre cómo ampliar la reelección y convencer a la opinión pública de que eso es lo correcto. Mientras tanto, el fulanito sale de aquí para ponerse acá. Y este dejar tal cargo para asumir aquel.
Si Alianza País realmente quiere pervivir no debe ver a la reelección como un baipás al 2021. Le urge un proceso de crítica interna, donde tampoco el Presidente quede exento de sus culpas.