Sí, la culpa es del mensajero que trae las malas noticias, del mentiroso que dice lo que no quiero escuchar, del imprudente que no se calla, del metido que husmea lo prohibido. La culpa es del ‘chismoso’, del que cuenta, del que dice, del que opina, porque cuentos, decires y opiniones conspiran contra la meta: domarle a la hirsuta realidad, someter a los hechos, hacer que las cosas se parezcan a la propaganda, que los enemigos inventados sean enemigos de verdad. Y que la isla de paz renazca por decreto. Que el muerto sea pura percepción, que la sequía sea aguacero y la pobreza, abundancia.
En esas andamos, y en esas seguiremos, inventado la ínsula Barataria, el país de la ilusión. Y, si por allí enderezamos sin otra brújula que la que lleva el capitán, pues todo el que no comparta, que se calle o… que se vaya. Si no va a aplaudir, que se pierda, porque no hay derecho a ser aguafiestas en esta farra universal en que bombos y platillos hacen que todos se metan al desfile y que nadie rompa el paso, porque al que dañe la armonía de la marcha de los soldaditos de plomo, al que pite diferente… ya saben. Y que sigan sabiendo, porque de lo que se trata es de alcanzar la unanimidad universal, donde todos aplauden y hasta la realidad se alinea.
La realidad es la primera que tiene que ajustarse, porque la que manda no es la verdad. No son los hechos, conspiradores contumaces como son. Quien manda es “el proyecto”, la ley inventada. Sí, la ley que abolió los delitos por arte de sabiduría, la que declaró que el ladrón es bueno, que el sistema es malo –pobrecitos ladrones-. La que dice que el que tiene la culpa es el asaltado, que no le pidió la cédula al asaltante para hacer la denuncia, ¡cómo no le pide, pues, tonto!, y ahora me culpa a mi, sabio legislador, enterado por lectura de Ferrajoli y Carbonell, de cómo es la Barataria profunda, la ínsula de los sondeos. Yo, que sé cómo son los juzgados a los que nunca entré, cómo son las comisarías, la PJ y lo demás. Cómo la vida real está hecha de encuestas y especulaciones, de sabidurías recién descubiertas, de habilidades discursivas.
Y además, tiene que ajustarse al proyecto la vida, que no es diversa como pusimos en los papeles cuando la euforia de Montecristi. No. Acabamos de descubrir que hay una sola versión de la vida; que los shuaras tienen que hablar y traducir el shuara como nosotros aprendimos. Que las sensibilidades se subordinan a las políticas, que las costumbres se sujetan al poder. Que la lucha es contra los que se salen del molde, contra los que dice no; contra los insensatos que interpreten la libertad como les da la gana, cuando la libertad es el derecho de culparle al mensajero, de callarle al protestón, de marcar pensamientos y sentires. De señalarles a todos cómo debe bailarse el pasillo y cantarse la música protesta.