A juzgar por algunas encuestas de opinión que circulan en los diferentes países, no son buenas las noticias para los populismos del continente. La popularidad del régimen chavista ha disminuido notablemente y de frente a las elecciones parlamentarias que tienen del presente año, si estas son claras y transparentes, el coronel perdería el control de la asamblea legislativa. Diez años de confrontación entre la sociedad venezolana, inflación, racionamientos, han erosionado la credibilidad de un régimen sostenido por los altos precios del petróleo que ha dispuesto de ingentes recursos para garantizar su permanencia en el poder. Lo que es claro es que un Gobierno de estas características difícilmente permitirá ser derrotado en las urnas, echará mano de todos los recursos a su alcance para intentar mantener el apoyo político. Habrá que ver si los venezolanos lo permiten, principalmente esa marea de jóvenes que ven en el modelo chavista una regresión en el campo de los derechos fundamentales. La influencia de ese Gobierno en otros países, por la fuerza de las circunstancias, ha ido decayendo.
Si a los desenfadados chavistas les va mal, peor le irá al Régimen castrista. El momento que ya no cuenten con el apoyo venezolano y tengan que destinar divisas para sus compras en el exterior las verán negras. En ese momento se contemplará la realidad de ese manicomio administrado por individuos que, alienados por su ideología, sometieron al pueblo cubano a medio siglo de carencias y les quitaron sus libertades. Por supuesto que los dirigentes de la revolución, como en todos estos casos, vivieron en condiciones privilegiadas con respecto a los demás haciendo aún más abyectas sus proclamas. El matrimonio presidencial en el sur la pasa peor. La aceptación de su gestión bordea el 28%, margen escaso para pensar en que puedan permanecer en el solio presidencial. Más aún si, como en su tiempo le pasara a Carlos Menem, todos los sondeos dan por descontado que el esposo Kirchner perdería, en una segunda vuelta electoral, contra cualquier oponente. Al parecer, la mayoría de los ciudadanos se hartaron de un régimen salpicado de escándalos de corrupción, cuyos ecos alcanzaron a la misma pareja en el gobierno y, a juzgar por los sondeos, por la intolerancia y autoritarismo de su gestión.
Al parecer, el péndulo ha empezado a inclinarse hacia el otro lado, donde no se perciben posiciones extremas sino una sensatez que buscan mejorar las condiciones de vida de los habitantes, sin las exageraciones de los populismos que lo único que han logrado es empobrecer más a la gente. Probablemente, todos ellos en el mediano plazo no serán sino un mal recuerdo en la historia. Lo penoso es el tiempo perdido para que la mayoría de la población mejore su calidad de vida, sin que se coarten las libertades individuales. Allí está el verdadero desafío.