La familia Quito-Puma participó, con sus niños, en el pase del Niño Viajero que se realizó el pasado 24 de diciembre por las principales calles de Cuenca. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO
Los carros alegóricos reflejan la riqueza cultural que tiene el pase del Niño Viajero, en la capital azuaya. Luego de los desfiles, las familias comparten los alimentos que utilizan para decorar los mismos, en una gran pampamesa.
Para los católicos cuencanos el pase del Niño representa el sincretismo entre el nacimiento de Jesús y el encuentro familiar. Los profusos desfiles se viven entre diciembre y febrero de cada año, y con ellos le dan la bienvenida a Jesús infante.
El desfile central es el 24 de diciembre y reúne a más de
40 000 devotos por las calles céntricas de la urbe. Los otros son pases del Niño que realizan familias, barrios y comunidades. Pero cualquiera de ellos tiene como uno de sus atractivos frecuentes los carros alegóricos, ricamente adornados con alimentos que se producen en la zona, especialmente.
Carros, caballos, borregos y hasta improvisados coches de madera son revestidos con mantas. Sobre estos ropajes cuelgan chocolates, galletas, granos, fundas de chicha, botellas de licor, frutas… ensartados en piolas y colocados como especie de cortinas.
William Froilán tiene 25 años y desde que nació su madre lo involucró en el pase del Niño Viajero. El pasado miércoles, 17 miembros de su familia participaron en el desfile, con 10 caballos adornados con tejidos multicolores de confites, habas y porotos en cáscara.
En un caballo iba Froilán vestido de mayoral (campesino de prestigio social) llevando un charol con lechón horneado.
En los otros, sus sobrinos representaban a los personajes bíblicos y sus hermanos vestían de cholos y cholas.
Al término de la presentación retornaron a su natal barrio San Vicente, en la parroquia rural de Sayausí, donde compartieron los alimentos en una pampamesa que reunió a más de 30 personas. Así disfrutaron de la comida.
“La pampamesa es una celebración ancestral de la cultura indígena y campesina. Cada persona pone algún alimento sobre una manta grande que se tiende en el piso, para compartir con los demás. No hay mesas y todos comen sentados, sobre tierra o césped. Generalmente las familias de la zona rural mantienen viva esta tradición que enriquece culturalmente al pase del Niño”, dice el historiador cuencano Claudio Malo.
A las familias Zhagui y Lata, oriundas de la parroquia Baños les tomó una semana adornar un coche de madera y un caballo, con alimentos. En la parte frontal del primero había un charol con tres cuyes asados y papas cocinadas. En cambio, Janeth Zhagui colocó sobre el caballo un pollo cocinado con el cuello erguido y un billete de dólar en el pico.
En cada carro alegórico hay creatividad, bonanza y devoción, sostiene Susana González, quien ha realizado estudios sobre la tradición religiosa. Según ella, mientras más alimentos y mejor adornado esté, hay la creencia de que es más grande el amor al Niño Jesús.
Así lo consideran las familias Lata y Zhagui, quienes el pasado miércoles coincidieron en la pampamesa que levantaron en la ribera del río Tomebamba, sector de El Barranco. Cada una reunió a más de 20 personas. Para Zhagui, las ofrendas son símbolos de gratitud a Dios y por eso las comparten con familiares y conocidos.