La simetría de lo moderno, marcada por grandes edificios, centros comerciales, cafés y restaurantes, de pronto se triza por la presencia de una tienda de antigüedades, envuelta en la niebla de los años.
Su nombre: Quito, centro filatélico–numismático, antigüedades y artesanía artística, localizada en la ave. Naciones Unidas y Japón, en los bajos del Centro Comercial Naciones Unidas (CCNN).
Un barco de lata, pintado de blanco y con las velas desplegadas, parece un juguete extraído de un arcón de navíos perdidos; roba la vista a decenas de transeúntes que circulan, día a día, por esa zona comercial, bancaria, y gastronómica del Quito contemporáneo.
Junto a la nave, de 80 cms de largo, se aprecian toros de diversos materiales, figuras de porcelana, estampillas nacionales y extranjeras, fotos de un Quito recoleto, de los cincuenta y sesenta; abundantes libros de literatura nacional y de América Latina; acetatos de los setenta y ochenta, cuadros al óleo y monedas de varios países.
El dueño es el novelista Nicolás Jiménez Mendoza, quien dirigió durante 14 años un centro de artes que recuperaba las antiguas técnicas de la Escuela Quiteña. Jiménez es alto, de barba cana y de lentes redondos, apasionado de la literatura y de los objetos añejos.
En sus estantes conviven libros de Sthepen King, el maestro literato del terror, y los clásicos Ariel, de los setenta. Jiménez señala la ruta del negocio: colecciones de estampillas, monedas y billetes; miniaturas de animales de varios materiales; llaveros, fotos, cuadros antiguos y libros.
Es mediodía del martes pasado y el anticuario se queda con sus tesoros. La ave. Naciones Unidas se muestra ancha y vibrante. Los autos van y vienen. A una cuadra de la casa de antigüedades, Miguel Chávez, de 21 años, valiéndose de un objeto que denomina ‘colector de registros’, marca las tarjetas de los usuarios de Bici Q. Es una de las 25 paradas de bicicletas entre la Y, en el norte, y la plaza de Santo Domingo (sur).
Chávez llegó hace un año de Chone, Manabí, y está contento con su labor. “Es duro como todo trabajo, pero sirvo a la gente y hago amigos”. Despacha 30 bicis por día, para hombres y mujeres. Se acerca una pareja de jóvenes: Lorena Pupiales y Édison Galván. Felices en sus veinte años, estudian tercer año de artes escénicas en la Facultad de Teatro de la Universidad Central.
Presentan el carné y Chávez los registra. Lorena explica el mecanismo: el carné sirve para un año, es gratuito, pueden ocuparlo varias veces al día (máximo 45 minutos en cada viaje, esperan 10 minutos y pueden pedir las bicis en otra parada).
La pareja, que pedaleó desde la ave. Seis de Diciembre, entrega las bicicletas y se aleja sonriente y tomada de la mano. Chávez acomoda los vehículos. Su turno concluye a las 19:00. Comenzó a las 13:00. Se retirará a descansar en su casa de El Tejar.
A la altura del paso peatonal, frente a la Escuela San Francisco de Quito, un kiosko de metal, similar a un carro de circo, llama la atención de la gente. Fue diseñado para dar cabida a cuatro pequeñas tiendas: dos tienen vista hacia la avenida y dos a la escuela.
En total, cuatro kioskos a lo largo de la avenida, es decir 16 minitiendas. José Cuarón, animado y optimista, atiende en su confitería. Sonriendo dice que le tocó emigrar desde Sangolquí. Además de dulces y caramelos lo que más vende son fundas de ‘cebichochos’ a USD 1. “Mis clientes son los oficinistas, banqueros que buscan tabacos y los niños”. También hace recargas telefónicas.
“Cuando el día es bueno gano USD 50”. La vecina, Sonia Paucar, arregla toda clase de ropa y ofrece prendas para niños de uno a cinco años; también chalecos de lana para mascotas.
“Todos los papeles con el Municipio están en regla –advierte Paucar- cada año pagamos USD 60 por tres cosas: patente, permiso y RUC al SRI”. Los vecinos del otro costado sacan copias y también recargan celulares. Pasado el mediodía, los niños se arremolinan en las tiendas. Las otras muestran artesanías nacionales.
Los restaurantes y negocios variados están a todo vapor. Por la vereda norte del bulevar están al tope Che Farina, Pizza Hut, el CCI con su patio de comidas repleto; CCNNU, Artefacta (Samsung), Jaher, Almacenes Japón; el Quicentro, una inmensa pasarela para infinidad de productos y para el encuentro y el cotilleo de jóvenes y viejos.
Los cafés con huella propia en la República de El Salvador
Esta avenida, que confluye con la Naciones Unidas, tiene dos rasgos: los altos edificios de hoteles cinco estrellas, oficinas públicas -como el Ministerio de Salud-, departamentos, notarías, restaurantes y, sobre todo, cafeterías que despiertan el gusto por el café y son los rincones favoritos de extranjeros que viven en Quito o están de paso. Los clientes ecuatorianos igual entran y salen.
Según el INEC, de 341 983 establecimientos económicos a escala nacional, el 30% está en Quito y genera el 30% de empleo. A escala nacional hay 2 059 504 personas empleadas.
Por la vereda que se acerca a la ave. Portugal un rótulo con una sugestiva palabra cuya primera letra, la j, ha sido dibujada como una flor, anima a descifrarla: Café Jaru (el auténtico café ecuatoriano). Su aroma llama. Incita a entrar. Son tres salas amplias, de cómodos sofás, mesas centrales, y una barra en la cual tres empleados preparan diversas clases de cafés.
Sus nombres: Silvia Pila, Joselyn Almeida, y Pablo Racines, contentos porque estrenan nuevo trabajo: Jaru se abrió hace cuatro meses.
El dueño es un coreano del sur, Cho Kiho, de 40 años, ex funcionario de la embajada de su país en Quito. Decidió invertir en Jaru, porque le agrada Quito y “Ecuador es extraordinario por su gente cálida y los paisajes más increíbles”. Pequeño y con la pinta de un adolescente (jeans, zapatos tenis y camisa) se hace entender en español.
Con los ahorros de los cuatro años en la embajada, en una oficina de cooperación para el desarrollo, Kiho afirma que cumplió un sueño al abrir el negocio. “Hace un año lo hice en Seúl; no me fue bien, pues en la ciudad hay muchos cafés; allí la comida es costosa, todo se importa, aquí hay frutas todo el año”.
Kiho dice que preparan el café arábiga (orgánico) -en 17 presentaciones- como americano (8 onzas a USD 1.20; y 12 onzas, USD 2); mocaccino, entre USD 2,25 y 2,90. ¿Qué significa Jaru? Kiho responde: “ el día, único e irrepetible día para ser felices y seguir adelante”.
No se va por las ramas y reconoce que los extranjeros –italianos, ingleses, franceses, españoles y, claro, coreanos– son sus clientes más asiduos porque los ecuatorianos “no aprecian la maravilla de café que tienen”. Le apoyan dos proveedores: en Loja y en Galápagos, un coterráneo suyo le envía el producto. La marca: Noción. Café tostado en grano. “1 Kg se valora en USD 18 por la calidad del producto”, dice Kiho.
Además del café en Jaru preparan pan de vapor de fréjol (dulce), jarupé de sandía, donnas, y croquetas de camarón, la golosina más solicitada.
En una sala del fondo, el catalán Carlos Roger, dedicado al comercio de telas entre Ecuador y España, define al café como ’chillant’ (tranquilo en la jerga juvenil); ya vive en Quito cuatro años. Le gusta el clima y el ambiente. Un perro ‘braco alemán’, de lustrosa piel gris, le acompaña.
“En Jaru es posible traer animales”, dice Roger. La sala es grande; una biblioteca, de textos en inglés, coreano y español, es otra huella distintiva. Kiho se queda detrás de la barra metálica revisando la cartilla, apuntalando su sueño.
Diagonal a Jaru, la cafetería Juan Valdez no se da abasto un poco antes de las 18:00 del pasado lunes, 26 de mayo. Dennis Pérez, gerente del local de la República de El Salvador y Portugal, afirma que el local abrió hace un año. “La acogida es grande, atendemos a un promedio de 600 clientes por día”. Según Pérez, llegan oficinistas, profesionales, estudiantes, ecuatorianos y extranjeros, como Lacey, estadounidense, e Isabel, argentina. Guapas y amables son maestras de inglés y de matemáticas, respectivamente, en el Colegio Einstein. Isabel fuma a gusto en las afueras del local. “Aquí es posible disfrutar de un tabaco y de un rico chocolate; el ambiente es tranquilo y el clima fresco”.
Pérez dice que el café llega de Colombia en fundas de 500 gramos (en grano) y 250 gramos (molido). La gente disfruta de mocaccino, nevado café, americano, etc, y diversos bocaditos (‘crousant’,’ homelette’…). Los precios varían entre USD 2.75, el capuccino normal, y USD 3.65 el nevado.
“Café Valdez vino a Ecuador solo hace cinco años. En Quito funcionan 19 locales y en el país, 29”.
El café invita a la charla, a la amistad al calor de un café humeante, en locales donde dominan grandes ventanas, sillas cómodas, plantas exóticas y música diversa.
La mayoría de locales atiende desde las 07:00 y se van de largo: alrededor de las 22:00. Ya en la noche, las avenidas están iluminadas y los restaurantes siguen abiertos y con muchos clientes. Eso se aprecia en KFC , de la Naciones Unidas y El Salvador. También en Rissotto Plaza, una explanada en medio de tres edificios. Allí, El arrecife es otro puerto para alentar los sentidos.