Una de las cuestiones reiteradas no solo en democracia sino en la vida es la necesidad permanente de reinventarse en acciones creativas. Las sociedades tienden a cansarse y aunque quien dirige un país pueda estar haciéndolo bien, hay un deseo de cambio constante. O sino que lo diga Chile, donde la coalición que derrotó al continuismo de Pinochet en 1990 y que puso a una presidenta como Bachelet, muy popular en el cargo pero a cuyo sucesor no le alcanzó para impedir el triunfo de Piñera.
Pareciera que la gente ha perdido la paciencia en los gobernantes que repiten lo mismo, amenazan, repican eslóganes vacíos o declaman una cosa para hacer otra distinta. La gente quiere un cambio creativo con miradas nuevas a viejos problemas. No quiere escuchar más de la pobreza, requiere políticas orientadas para mitigarlas, no desea que le digan lo imposible como erradicar la corrupción, solo quieren que se acabe la impunidad.
Cuestiones concretas, aquellas que le toquen en su vida diaria y que construyen certidumbres en un mundo donde lo único cierto parece ser justamente la incertidumbre.
El fiasco del Nobel de la Paz otorgado a Obama no es solo la ausencia de méritos del ganador sino la contradicción entre sus promesas y las decisiones tomadas una vez en el cargo. Hoy la gente reclama eficacia y coherencia en la gestión política, no es suficiente con describir el problema, lo importante es acometer las soluciones.
Latinoamérica está sobre diagnosticada tanto que ayudar a salir de la pobreza ha convertido en ricos a muchos. El subcontinente ha recibido más dinero que el Plan Marshall en los últimos 50 años y sigue tanto o más pobre que cuando se inició el problema. Nuestro déficit es la ausencia de políticas y de políticos creativos que enfrenten los grandes dilemas con responsabilidad y seriedad.
Aquellos que nos digan que cuando no saben lo reconocen y no buscan distraer su soberbia ignorante atacando a la prensa, al vecino, al imperio del norte, al emergente del sur, a la falta de mar, a la mafia, al calor, a los ricos… requerimos políticas sensatas que asuman la urgente necesidad de racionalidad ante el tamaño de los problemas por resolver.
Muchos de nuestros gobiernos reclaman más recursos; sin embargo, la manera de administrarlos es tan pobre que en su ejecución no alcanzan ni el 70% descontando la corrupción.
La rapidez de las demandas de hoy se estrellan con una lentitud exasperante que se transforma en sí misma en una nueva forma de corrupción administrativa.
América Latina requiere miradas nuevas y compromisos serios. Menos fuego de artificio y más trabajo. El electorado se cansa más rápido y requiere que los gobiernos sean por lo tanto o más eficaces o más sinceros, si ambas cosas juntas: mejor.