Cómo crear empleos

Dice Obama que quiere fomentar la creación de empleos. Cree que la recesión no termina, realmente, mientras la población activa no encuentre cómo ganarse la vida. En EE.UU. el desempleo anda por el 10%. En España ese porcentaje se duplica y el gobierno de Zapatero se hunde paulatinamente, como si estuviera en una tembladera.  Obama y Zapatero piensan utilizar el gasto público para estimular la economía. George W. Bush lo hizo antes, enviando a los norteamericanos un cheque de USD 20, medida más cerca de la demagogia populista que de una política económica seria. Es lamentable.

Hace unos 40 años, un candidato venezolano a la presidencia prometió que crearía miles de empleos a poco de llegar al poder. Dicho y hecho: dictó un decreto que obligaba a contratar a una persona para que apretara los botones en todos los ascensores del país. La sociedad aplaudió agradecida sin advertir que eso  creaba  trabajos  que no aumentan la producción de riquezas ni mejoran la productividad. Poco después, volvió a la carga: obligó a que en los baños públicos hubiera siempre un encargado de limpieza. Otros miles de puestos de trabajo fueron creados con un chasquido de los dedos.

El mundo está lleno de ejemplos parecidos. En Andalucía, España, se paga a unos desempleados para que barran los parques, en lo que parece ser un curioso traslado de polvo de un sitio a otro.  En EE.UU. y  Europa entregan grandes sumas de dinero público a  empresarios agrícolas o ganaderos para que produzcan menos, como si la función del Gobierno fuera mantener altos algunos precios.

Todo eso suele ser contraproducente. En Suiza, donde el desempleo está por debajo del 4,5%, la única fórmula es contar con miles de empresas eficientes que compiten  y se esfuerzan en producir cada vez más usando menos recursos, que les permiten ahorrar, invertir y crecer, lo que se transforma en  oportunidades laborales.

Si un Estado quiere  que aumenten los salarios, el camino es fomentar la creación de empresas privadas, lo que puede incluir las cooperativas u otras formas de propiedad colectiva, pero no en el sector público, porque  el Estado-empresario conduce a la corrupción, dispendio y atraso.  

Desgraciadamente, para cualquier Gobierno lo más fácil y más votos produce es repartir dinero y asignar privilegios, operación a la que casi nadie se opone porque  quienes se benefician  tienen nombre y rostro, pero quienes se perjudican es una masa difusa de contribuyentes que ni siquiera percibe que le están metiendo la mano en el bolsillo. Son víctimas inocentes que pagan con sus impuestos o con inflación las maniobras clientelistas de los políticos de turno.

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