Adultos y jóvenes de Cotocollao van por el rescate de la flauta de carrizo

Jair Andrade,  Francisco Chiliquinga, líder del Grupo Kinde; David Gómez, y Francisco Semanate, maestro flautista. Foto: Jenny Navarro/ EL COMERCIO.

Jair Andrade, Francisco Chiliquinga, líder del Grupo Kinde; David Gómez, y Francisco Semanate, maestro flautista. Foto: Jenny Navarro/ EL COMERCIO.

Jair Andrade, Francisco Chiliquinga, líder del Grupo Kinde; David Gómez, y Francisco Semanate, maestro flautista. Foto: Jenny Navarro/ EL COMERCIO.

Cuando Francisco Semanate, de 85 años, entona la flauta de carrizo parece que un viento dulce y paramero cobrara vida.
Así convoca a la fiesta de sus ancestros, aquellos viejos y curtidos huasipungueros, originarios de Cotocollao.

La melodía de la flauta llamada tunda, hecha con carrizo grueso de El Chota, Imbabura, no es lastimera –como un yaraví- ni alegre, como un sanjuanito; es más bien cadenciosa como el movimiento ondulante de los pajonales.

Francisco, como si estuviese en trance, interpreta añejas melodías que se pierden en los tiempos. Él cree que la flauta nació en esos campos en épocas prehispánicas.

Toca en la huerta lateral (60 m2) de una casa de bloque, de dos pisos, en El Condado Alto, calle A y Yanacona, la cual pertenece a Manuela Semanate, de 69 años, su hermana.

Abundan dalias amarillas y lilas, el romero, la fragante santa maría, “para limpiar el malaire que espanta a los guaguas”, dice Manuela.

Los jóvenes Francisco Chiliquinga (30 años), líder de la Corporación Cultural Kinde; Jair Andrade (11 años); y David Gómez (20 años) escuchan con atención a Francisco o Panchito, como le dicen, uno de los ocho maestros de la zona.

El viejo músico les exige concentración. Respiran fuerte con la nariz, luego sueltan el aire, con los labios, al orificio superior, de los ocho, como si lo hiciera un fuelle. “Hay que tener buenos pulmones para aguantar un gran repertorio (puede ser de dos o tres horas)”, sostiene el hombre. Tocan en círculo, bailando con buen ritmo, como los sanjuanes en el solsticio de Otavalo, y también alineados.

“Para nosotros –dice Chiliquinga- tocar la flauta de nuestros mayores es un estado espiritual, de éxtasis y alegría; no es nada mecánico, significa sintonizarse con la tierra luminosa de la Mitad del Mundo, con los Kitu Kara, los antiguos dueños de esta zona”.

Según Chiliquinga, profesor parvulario de una escuela del vecino barrio Jaime Roldós, no se consideran ni indígenas ni kiwchas (cultura que llegó con la invasión inca, entre 1470-1533). Ellos se asumen como seres originarios, descendientes de Kitumbe. Un legendario guerrero que, al parecer, llegó por el cálido noroccidente o yungas desde lo que hoy es Centroamérica, antes de los conquistadores y de los incas.

Vino a fundar una cultura atada al maíz, a una geografía en la cual el Sol cae perpendicular para dorar flores y frutos y, sobre todo, templar el alma de la gente del país de la mitad.

De a poco, esta vasta región, que pertenecía a la parroquia Cotocollao, antes alejada de Quito, hoy engullida por la inmensa ciudad, revela historias inéditas. La música de las flautas y su registro sonoro, recuperado por el grupo Kinde (20 jóvenes, hombres y mujeres, dedicados a la danza y música originarias) es la primera revelación. Otra: la mayoría de habitantes lleva el apellido Semanate. ¿Por qué? Don Francisco responde que sus abuelos y bisabuelos tomaron ese apellido del Corregidor, un señor Semanate, de la hacienda grande de Enrique Gangotena Freire. Así se descubre que aquí hubo al menos cinco grandes haciendas de bosques de eucalipto, pastizales, ganaderas, de cultivos de maíz, papas, trigo, y cebada. Sus nombres: Mena del Hierro, Carcelén, Uyachul…

Persistieron hasta los años 50 y 60. En 1964, los militares impulsaron la reforma agraria y los hacendados entregaron la mayor parte de la tierra a cientos de huasipungueros, como don Pancho, quien, a su vez, repartió las 2 ha que le tocó a sus cinco hijos.

Manuela Semanate evoca que a sus ocho años fue niña huasipunguera. “Ordeñábamos las vacas a las 05:00, sembrábamos, cosechábamos, limpiábamos la casa de la hacienda”. No olvida la fiesta en honor al santo del patrón: tres días de baile con el trago de Calacalí, animado por los flautistas y bandas de pueblo; sacrificaban reses, cerdos, gallinas, borregos. El bosque es recuerdo. Miles de casas de bloque, calles adoquinadas y de tierra: el nuevo paisaje.

La música de la Agrupación Kinde

Los ocho otros maestros

El Grupo Kinde, en los últimos 14 años, tiene como misión ubicar a los flautistas (intérpretes) y a los flauteros (artífices que hacen flautas). Han identificado a ocho. Julio y Jesús Collahuazo, de Parcayacu, son muy reconocidos.

Francisco Chiliquinga reconoce que a él le llevó siete años aprender y sistematizar los ritmos principales: Un solo pie (inicio de la danza); Este es mi gusto (baile en rodela o círculo), Esta es mi plaza (toma de la plaza de Cotocollao), Cochasquí (ritmo creado por Kinde); y Ya me despido. Jair Andrade aprendió en solo un mes.

Para el solsticio de junio, Kinde prepara la chamiza. Recogerán chilcas y bailarán las yumbadas con los capariches.

Tenga en cuenta

Dos tipos de flauta se conocen: macho y hembra.

De Santo Domingo de los Tsáchilas traían una especie de bambú para fabricarlas; igual de El Chota.

En cambio, la flauta denominada hembra es más pequeña y su sonido es dulce y suave. La unión de las dos es sonora.

El sonido de la llamada flauta macho es más grave y muy fuerte. Sobrepasa los 50 centímetros de largo.

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