Carlos Rojas,
Editor (E) Política
Si Ecuador fuera un país medianamente institucionalizado, la denuncia que hizo el presidente Rafael Correa, la semana anterior, sobre una presunta conspiración en su contra, habría causado un estado de ‘shock’ generalizado.
Otros casos que no se probaron
El Mandatario dijo que “hay una conspiración para desestabilizar al Gobierno, en la que están involucrados ciertos elementos de las Fuerzas Armadas vinculados a los Gutiérrez”.
A mediados del año pasado, el vicepresidente Lenín Moreno también denunció supuestas reuniones de militares en servicio pasivo para conspirar.
En 2007, el anterior Presidente denunció que un grupo quería atentar contra su vida usando un cohete. El caso se minimizó.Pero, más allá del registro periodístico y editorial que hicieron los medios de comunicación, así como la difusión de unos cuantos comentarios especializados sobre este caso -la mayoría, muy críticos por cierto-, la acusación del Primer Mandatario se desvaneció.
Resulta curioso que la queja del hombre más poderoso del país, quien está acostumbrado a marcar los ritmos de la agenda de discusión nacional, no haya tenido ningún impacto.
Varias razones explican la poca fuerza que tomaron estos supuestos vientos de conspiración. El gobierno de Correa, como pocos en el pasado, tiene el control total del Estado. Sus triunfos electorales le han permitido ser poderoso. Los sondeos, aunque reflejan las primeras caídas, lo definen como un presidente popular.
El Poder Judicial en su conjunto, en plena etapa de transición, se ha mostrado más bien consecuente con la gestión del Presidente. El poco impulso que ha tenido la fiscalización al Régimen es un indicador.
Mientras que el aparente descontento en las Fuerzas Armadas no ha pasado de los simples comentarios. Precisamente, la falta de pruebas contundentes -sobre esta última denuncia solo se han difundido unos cuantos correos electrónicos que por su vulnerabilidad dicen poco- ha impedido que cobraran seriedad las palabras de Correa.
Con tres años en el poder y con el récord latinoamericano de ser el Presidente que más cadenas ha pautado y uno de los que más intervenciones realiza, el Jefe de Estado no cae en cuenta de que la palabra presidencial también se devalúa.
Las alertas de conspiración del pasado fin de semana no son las primeras a las que Correa se ha referido. Y, a juzgar por los hechos, ninguna de las anteriores tampoco tuvo fuerza.
¿Por qué el Gobierno recurre a la misma estrategia? Los primeros meses de un año, en este país, son generalmente de alta tensión política. Este enero se perfila en la misma tónica. Los indígenas, los sindicalistas… anuncian paralizaciones en contra del Régimen. Por tanto, alertar sobre posibles conspiraciones pudiera tomarse como una estrategia del Primer Mandatario para etiquetar esas proclamas con la figura de la desestabilización política.
La Presidencia de la República es un cargo desde donde se mira al opositor y al crítico con mucha desconfianza. Correa ha dado muestras de gobernar con marcados prejuicios. En ese estilo de gobierno, la figura de la conspiración, así luzca desgastada o inverosímil, siempre encontrará un espacio en el discurso oficial.