Alexandra Cordova, madre de David Romo. Foto: Galo Paguay / El Comercio
Cada mañana escribe un número en el calendario. Así contabiliza los días que no ve a su hijo. Ella es Alexandra Córdova, madre de David Romo, desaparecido desde el 16 de mayo del 2013.
Ella vive junto a su hija María Fernanda en el segundo piso de un edificio del norte de Quito.
Desde allí, el martes pasado recordó el nacimiento de David. Fue el 31 de mayo de 1992 en la clínica Santa Bárbara, del centro de Quito. Santiago Romo, su exesposo, fue quien pagó 160 000 sucres por los gastos de hospitalización.
David Romo en una imagen que guarda su madre, Alexandra Córdova. Foto: Cortesía
Él aún guarda el cheque del banco Amazonas con el que cubrió la deuda. Fue en esa entidad que conoció a Alexandra.
Ella trabajaba allí desde agosto de 1988, en el departamento de cartera e inversión. Lo que lo enamoró de Alexandra fue su fuerza, “al decir las cosas que nadie las decía”. Lo constató cuando lo defendió y evitó que fuera despedido. Él había cometido un error por la orden de un funcionario superior y Alexandra fue quien ante las autoridades de la empresa reveló al verdadero culpable.
Nunca pudo olvidar ese momento y meses después en una fiesta de la oficina le entregó un peluche y le pidió que sea su novia. Ella aceptó y un año más tarde se casaron en la iglesia del colegio San Gabriel.
Alexandra Córdova junto a su hijo. Foto: Cortesía
Alexandra tenía 24 años cuando quedó embarazada. Su madre, Marcia Segarra, fue quien la acompañó durante todo el proceso de gestación. Ella recuerda que durante los nueve meses, su hija tuvo antojos de cítricos. Le gustaba comer naranja o limón. En las tardes escuchaba canciones de carrusel para que el bebe las oyera, especialmente Nocturno de Chopin y fue en esas tardes en que eligió el nombre de David. “Buscaba un nombre bíblico” y se decidió por David que significa “el elegido de Dios”.
Esos recuerdos son tan claros como cuando se enteró que su nieto había desaparecido. En una semana no vio a su hija dormir. Aunque no la veía llorar, sabía que lo hacía porque a diario desaparecía un rollo de papel higiénico. No comía. “Se fue apagando poco a poco”.
Lo mismo cree Norma Peñaherrera. Ella conoció a Alexandra en 1986 cuando ingresaron al colegio La Providencia, un establecimiento del centro de la capital. Allí, compartieron el mismo paralelo por seis años.
También esperaban juntas el bus. Norma recuerda que Alexandra vivía en el barrio de El Tejar y sus padres siempre la acompañaban en las comparsas en la que participaba.
Lo que le es difícil recordar es algún momento en que vio llorar a su amiga. “Era tranquila pero feliz, no se portaba mal”. La única travesura que hicieron fue adelantar 45 minutos el reloj de la institución. Así, salieron más pronto y nadie se enteró de ello. Luego de graduarse se separaron y volvieron a encontrarse 20 años después.
Ella no conoció a David, pero lo vio 15 días antes de que se perdiera. Estaba con Alexandra y otras amigas en una pizzería. Eran las 19:00 cuando llegó un auto a recoger a Alexandra. “Era su hijo, se bajó, nos miró y moviendo su mano se despidió”.
Desde ese momento ha acompañado a su amiga en los trámites legales, pues se convirtió en una de sus abogadas. Liliana Gavilánez tampoco conoció a David. Ella vive en Ambato y es comunicadora social. Cuando vio en los noticieros el caso del joven quiteño, se contactó con su madre y empezaron una campaña por redes sociales. Por ese medio llegaron a difundir la desaparición en países como México, Colombia, Perú, Brasil y España. Para Alexandra, Facebook fue una herramienta fundamental. Antes no la manejaba, pero recuerda que fue así cómo se visibilizó el caso de Karina del Pozo. Por eso su búsqueda fue sola. En un principio se unió a Asfadec, una asociación de personas extraviadas. Pero se negó por dos ocasiones a ser la presidente de este grupo. Así, lo señala Telmo Pacheco, representante de esa Asociación. Él reconoce el trabajo de Alexandra por sacar a la luz el caso de su hijo, pero afirma que la lucha no debe ser individual sino colectiva, porque en el país existen más casos que deben ser tomados en cuenta. “Debemos unir fuerzas para erradicar el fenómeno de la desaparición en el Ecuador”, señala.
Mientras tanto, Alexandra sigue contando los días en su calendario. Dice que no se rendirá y a pesar de que está separada del padre de sus hijos desde hace 10 años, cada día hablan por teléfono. Él explica que prefiere que Alexandra sea la imagen de la búsqueda de su hijo, “porque no hay fuerza más grande que el amor de una madre”.