La dificultad de las negociaciones de Copenhague orbita en torno al reto de poner en marcha un proceso para alterar nuestra forma de consumir y estilo de vida.
Esto es particularmente complejo al considerar la adicción por el consumo que ha llevado a que economistas como Daniel Cohen describan al ser humano contemporáneo como un Homo consumerus.
Hace menos de dos décadas Bush padre, al intervenir en las cumbres ecológicas declaraba que aunque estuviese dispuesto a invertir esfuerzos en el problema medioambiental, estaba fuera de lugar negociar un cambio del estilo de vida americano.
Y, sin embargo, ahora se pide a naciones como India y China, cuyo paladar apenas ha sentido las primeras probadas de desarrollo, que empiecen a sacar sus manos del pote de miel.
El viceministro chino de relaciones exteriores, He Yafaei, explica elocuentemente esta frustración, al decir que los países ricos que construyeron su crecimiento a partir de las emisiones de gases de carbón, son como personas que van a cenar en un lujoso restaurante, y que al llegar un nuevo pobre invitado, tarde para el postre, lo hacen compartir el total de la cuenta.
Así, las negociaciones de Copenhague han puesto de relieve el aferramiento al estilo de vida consumerista.
La ley de Malthus permitió explicar, con éxito, el estancamiento de la renta per cápita desde la sedentarización de los pueblos hasta el siglo XVIII. Según esta teoría, los gobiernos estables y prósperos fomentan la reproducción del ser humano, por lo que el aumento de la producción termina diluyéndose entre la mayor población y se abre la puerta a futuras hambrunas por el crecimiento demográfico. Ergo, en términos de recursos disponibles por individuo, los buenos gobiernos no son necesariamente más beneficiosos.
La Revolución Industrial permitió salir de este círculo vicioso, puesto que, aunque el progreso fomentase la expansión demográfica, el aumento de la producción era mucho mayor, aumentando así la renta per cápita.
El problema ecológico nos llevaría ante una nueva especie de ley maltusiana en donde los buenos gobiernos fomentan la adicción consumidora y amplían la base de individuos reclamando recursos para consumir en un planeta que no puede seguir soportando ese malgasto .
Asimismo, este nuevo ciclo vicioso deberá solucionarse con una profunda revolución de nuestra sociedad, que logre consolidar ese cambio de vida.
Podrá llegar el momento en donde el Ecuador tenga que plantearse un cambio de estilo de vida y de objetivos, talvez sin haber saciado su hambre de consumo y desarrollo ‘a la americana’. ¿Estaremos listos para compartir la cuenta sin siquiera haber llegado al restaurante?