Confieso que aborrezco las corridas de toros y que he concurrido apenas una vez a un evento taurino. Pertenezco a la mayoría de ciudadanos de Quito que no gusta del espectáculo taurino y que, según las encuestas, alcanza el 60%. Sin embargo, respeto el derecho de las minorías para ejercer usos y costumbres y estimo que una consulta popular para decidir la prohibición taurina en Quito es un mecanismo aberrante y antidemocrático. Las mayorías no pueden decidir la vida de los demás a través de una aritmética electoral e imponer su visión y moral al resto.
No hay duda de que la rabiosa oposición a las corridas tiene un trasfondo político. Aunque los argumentos a favor de los animales son la punta de lanza del activismo antitaurino, las verdaderas razones son otras y pasan por la supresión de todo vestigio español en un absurdo e incomprensible intento de negar un componente esencial de nuestro mestizaje y cultura. Pasan también por el afán de castigar a los “pelucones” que disfrutan de la feria y poner en movimiento delirantes revanchismos y resentimientos sociales, tan de moda en los últimos tiempos. Si la verdadera intención de estos grupos fuera “defender” a los animales, como dicen, habrían causas más urgentes e importantes que los toros de lidia. No pretendo entrar en un debate para dilucidar hasta dónde puede el hombre utilizar a los animales para sus fines. No tengo una respuesta. Desde el comienzo de la historia estos seres han sido usados por el hombre como fuerza de trabajo y fuente de alimento y diversión. Los animales de laboratorio han permitido el avance de la ciencia y con ello la salvación de muchos seres humanos. ¿Quién fija los límites morales? Los antitaurinos repetirán sin cesar que la tortura de los animales solo se justifica para las necesidades vitales del ser humano como la alimentación y la ciencia. Pero ¿dónde caerían la alta gastronomía, el encierro en zoológicos y circos, o la cacería deportiva? Los límites resultan demasiado difusos.
Los activistas antitaurinos han desnudado sus intenciones políticas al expresar su cuestionamiento al 6 de diciembre como fecha simbólica para los festejos de la ciudad. Se considera que la “fundación de Quito” fue un acto militar de imposición y crueldad olvidando que la Historia, infelizmente, se ha fraguado con violencia. Con la misma lógica, deberíamos condenar, entonces, a los usurpadores Incas que conquistaron nuestras tierras ahogando en sangre a sus habitantes. Y luego de remontarnos hasta las raíces de la historia, descubriríamos orgullosamente que somos una síntesis de muchas razas, culturas y pueblos.
El problema no son las corridas de toros. Se trata de la defensa de los derechos del individuo y las minorías ante la tiranía de una mayoría a la que se pretende una vez más manipular.