.Redacción Ibarra
En un costado del parque Heleodoro Ayala, en San Antonio de Ibarra, los escultores colocaron hace dos años una estatua en honor a monseñor Leonidas Proaño.
El domingo pasado, más de 500 personas se reunieron en ese sitio para celebrar los 100 años del nacimiento del conocido sacerdote.
Mientras los mariachis, una banda de pueblo y un trío entonaban las canciones predilectas de Proaño, el padre Gabriel Barriga las escuchaba atento.
Una figura reconocida
En 1985, luego de retirarse del Obispado de Riobamba, Proaño recibió dos reconocimientos fundamentales a su labor: el premio Bruno Kreisky en Viena y la nominación Premio Nobel de la Paz en 1986. Monseñor Proaño nació el 29 de enero de 1910 en la parroquia San Antonio de Ibarra. Murió la madrugada del 31 de agosto de 1988. Es considerado el más grande reivindicador del pueblo quichua ecuatoriano. En Chimborazo hizo una gran labor.
Con un sencillo traje oscuro, Barriga recordaba las más de tres décadas que Proaño dedicó a los marginados en Chimborazo.
Tenía 17 años cuando lo conoció. Primero trabajó como auxiliar en las Escuelas Radiofónicas Populares del Ecuador (ERPE), después se decidió por la vida religiosa inspirado en la labor humanitaria de monseñor.
“Una década después de laborar con él, monseñor Proaño me ordenó como sacerdote en la calle, fuera de la iglesia. La gente del pueblo se opuso a que un ‘comunista’ vistiera los hábitos. Hoy tengo 62 años, sirvo a Dios y a los hombres como sacerdote en la parroquia Quimiag y en la Fundación Pueblo Indio del Ecuador”.
La alegría de los participantes era contagiosa. Luego de cantar y bailar, los feligreses caminaron hacia la comuna Pucahuico, el sitio donde Proaño nació y pasó sus últimos años antes de morir en 1988. Para muchos líderes indígenas, el denominado ‘obispo de los indios’ sentó las bases de una sociedad más tolerante y equilibrada.
Entre 1954 y 1985, Proaño fue el obispo de la Diócesis de Riobamba. En ese lapso se adelantó a la Reforma Agraria y entregó las tierras de la iglesia a los indígenas más pobres. Empezó el proyecto ERPE, construyó centros de capacitación y dictó cursos de alfabetización y aritmética en quichua y español.
El lema de ‘educar para liberar’ dio muchos frutos, según la boliviana Tomasa Willca, integrante de las escuelas populares en nueve países latinoamericanos, en los que a Proaño le consideran un ejemplo de perseverancia y entrega a los más desamparados.
“Esta es una celebración justa para un hombre que trascendió las fronteras ecuatorianas. Por eso, hemos llegado de Europa, Norteamérica y Centroamérica
para expresarle nuestro cariño y respeto”, dijo Willca.
En la comuna rural de Pucahuico se levantan dos propiedades relacionadas con Proaño. La primera, donde nació y pasó sus primero años ayudando a su padre en la elaboración de sombreros.
La segunda propiedad es más amplia. Allí funciona la Fundación Pueblo Indio, el Centro de Formación de Misioneras Indígenas del Ecuador, la casa en la que habitó sus últimos años, un pequeño coliseo y la capilla en la que están enterrados sus restos.
Ramiro Noriega, ministro de Cultura, ratificó el compromiso de esta cartera de Estado para adecuar en la casa de Proaño el museo de sitio que exhibirá su obra humanitaria y sus pertenencias sencillas como su colección de ponchos. USD 50 000 se invertirán en la primera fase.
Para Enrique Ayala, historiador imbabureño, Proaño representa mejor que nadie el espíritu cristiano en el Ecuador. “Fui su amigo. Le rindo un homenaje sincero a este paisano y cristiano que revalorizó nuestra identidad y el futuro de los pobres del país. Esta casa la diseñó y construyó él y merece ser un museo. Vamos a publicar sus 10 obras este año”.