En Puerto Minas, ecuatorianos y peruanos intercambian y comercializan alimentos en la orilla del río Santiago. Fotos: EL COMERCIO
Especial desde la frontera sur
El sol todavía no aparece, pero en el río se escuchan los motores de las lanchas que suben desde los pueblos peruanos por el Santiago, un río que divide a Ecuador y Perú. Las pequeñas embarcaciones de madera trasladan el verde y llegan hasta Puerto Minas en el cantón Tiwintza (Morona Santiago). Este fue fundado el 23 de octubre del 2002.
Desde hace un año, ecuatorianos y peruanos se unen en ese punto, los jueves y sábados, para la feria binacional. Todo comienza a las 07:00, pero los mercaderes arriban en la madrugada para ganar puesto.
Cerca de 150 comerciantes de los dos países venden e intercambian frutas, utensilios de cocina, útiles de aseo, pescado, enlatados, arroz, azúcar, aceite… A tres kilómetros de allí está el destacamento del Ejército ecuatoriano Soldado Monge, uno de los puntos de combate durante la Guerra del Cenepa de 1995 en la que hubo 31 soldados nacionales fallecidos. En ese lugar aún quedan los restos de lo que fueron las trincheras que los soldados cavaron para protegerse de los bombardeos.
En enero del 2015 se cumplirán 20 años del conflicto y hoy el panorama es diferente en esa zona. La espesa vegetación fue reemplazada por el puerto comercial y el V Eje Binacional de que conecta ese lugar con Santiago y Patuca (120,5 km).
A las 07:00 del 15 de noviembre pasado, los vendedores que habitan en las 12 comunidades fronterizas ecuatorianas y que acuden a la feria, recordaban cómo progresó el sitio y lo que vivieron durante el conflicto.
“Yo colaboré como abastacedor de comida. Los combates se daban en medio de la neblina y se escuchaban las detonaciones como dinamita”, dice Washington Zabala, quien nació en el sector hace 46 años.
Al frente se encuentra el destacamento peruano de Cahuide, en la Y de los ríos Santiago y Yaupi. En 1999, allí se colocó el último hito fronterizo entre las dos naciones tras la firma de los acuerdos de paz y se reunieron los expresidentes Jamil Mahuad y Alberto Fujimori.
Hoy, la figura del hito luce desgastada. Las astas con los colores de las banderas de Ecuador y Perú que se instalaron en ese año aún continúan allí junto a dos viejas casetas.
En esos días de guerra, el peruano Leonardo Mashingash tenía 24 años. Hoy cumplió 44. Se dedica a entregar verde y dice que con la creación del mercado llegó el progreso a la frontera y a los poblados de su país. Mientras se daban los enfrentamientos, él recuerda que la gente se escondía en el monte y se alimentaba de lo que hallaba en la selva: frutos y animales silvestres. Lloraban y sentían que iban a morir.
Mashingash proviene de la comunidad 2 de Mayo de 480 habitantes, quienes aún viven en medio de la selva. Dice que no tienen electricidad, agua potable, ni alcantarillado. El puerto más cercano en la selva peruana está a un día de viaje y por eso la gente del vecino país se abastece en Ecuador. Para hacerlo, ellos entregan su cédula en el puesto de control del destacamento Soldado Monge y pasan con un salvoconducto.
La guerra y otros pueblos
A más de cuatro horas de viaje desde el cantón Tiwintza están Gualaquiza y Tundayme. El toque de queda se iniciaba a las 22:00 y nadie podía salir a las calles de la primera en Morona Santiago, en donde se concentró el puesto abastecimiento de las tropas ecuatorianas. Los vehículos y camiones militares se parqueaban en la vía principal que era lastrada y sobre el poblado volaban de forma permanente los helicópteros del Ejército que transportaban municiones y pertrechos.
Esta vía en la actualidad es asfaltada y se levantó un monumento en honor a los héroes gualaquicenses caídos en el conflicto. Uno es el soldado Milton Patiño, de 20 años, fallecido en el Valle del Cenepa. Su madre, Eulalia Chuva, conserva en su vivienda las condecoraciones de su hijo, cuyo nombre lleva una de las vías principales de esa ciudad.
En Gualaquiza se recuerda que las mujeres preparaban alimentos secos (canguil, tostado y habas) para los soldados. Los envolvían en fundas plásticas y los uniformados los llevaban en helicópteros a las bases.
Lo mismo se vivió en la parroquia Tundayme, ubicada a una hora y media del destacamento de Cóndor Mirador. María Sarmiento, de 57 años, observaba desde su casa ubicada en las faldas de una colina cómo los aviones supersónicos Mirage del Ecuador volaban sobre la cordillera del Cóndor y vigilaban el Valle del Cenepa.
Por las noches, la gente de ese poblado dormía en las alcantarillas por seguridad. Las luces de los morteros aparecían detrás de las montañas como si fueran fuegos artificiales. Los jóvenes ayudaron a transportar los misiles del Ejército ecuatoriano utilizó en la guerra.
Allí, el camino de acceso no ha cambiado y aún es de tierra. Como hace 20 años, la gente subsiste de la ganadería y la agricultura. Ahora ven los trabajos por el proyecto minero Mirador, que tiene reservas de cobre y está a cargo de la empresa china Ecuacorriente.