Redacción Quito
El fogón de una cocina industrial se enciende desde las 09:30 de martes a domingo, para alimentar a alrededor de 80 personas en el sector de la Villa Flora, en el sur.
En una pieza de 40 m², los voluntarios de la Comunidad de María cocinan almuerzos para niños con experiencia de vida en calle, personas con discapacidad, tercera edad e indigentes.
Otras ayudas
En el comedor, que abre de 09:00 a 14:00, se empezaron a servir desayunos desde el pasado fin de semana. Para Grace Mantilla, voluntaria, hace falta mano de obra y donaciones.
En las instalaciones de la iglesia Señor de la Buena Esperanza, también se abrió un dispensario médico para atender a los más necesitados. En el consultorio trabajan médicos de martes a viernes.
Si usted quiere entregar donaciones al comedor de La Villa Flora, puede acercarse a la calle Alonso de Mendoza y Rodrigo de Chávez. Allí se receptan todo tipo de ayudas.Grace Mantilla, voluntaria del comedor, ubicado en la calle Alonso de Mendoza y Rodrigo de Chávez, inició junto con otras cinco personas esta labor social hace 13 años.
Ella dice que el mentalizador del proyecto fue el antiguo párroco de la iglesia Señor de la Buena Esperanza, Juri Acosta. El sacerdote apoyó la labor y gestionó las primeras ayudas económicas. En su lugar se encuentra Julio Urbina. El sacerdote es ahora quien busca los medios para obtener las donaciones que se necesitan para mantener abierto el comedor.
La iglesia aporta USD 50 mensuales para la compra de los víveres no perecibles que se necesitan en el día a día. En una pequeña cocina cubierta de baldosas trabajan cuatro mujeres voluntariamente, por día. El grupo de ayuda está conformado por 15 personas que se organizan mediante un cronograma.
En ciertas ocasiones, las voluntarias van al sitio, aun fuera de horario, para ayudar antes de las 12:30 en que empiezan a servirse los almuerzos.
Mientras pica cebolla, Mariana Orta dice que para ella realizar esa labor social es gratificante. Cuando una persona ayuda -señala Orta- siente cómo las bendiciones llegan sin necesidad de pedir. “Aquí se ven tan de cerca las necesidades, que uno da gracias a Dios por lo poco que se tiene”.
La voluntaria, que es enfermera de profesión, tiene el turno todos los jueves, pero ayer fue al comedor para ver si se necesitaba ayuda. Así como ella, Hilda Logmas, Mercedes Santacruz y Natividad Farinango cocinan y sirven los platos, que son gratuitos para las personas, los días miércoles.
En un inicio, Farinango acudió al lugar porque también necesitaba ayuda, pero con el tiempo empezó a colaborar con las voluntarias. Ella llega al comedor acompañada de su hija Anahí, de 4 años. Allí, mientras cocina, espera que cerca del mediodía llegue su otra hija de 8, quien estudia en un colegio cerca del comedor.
Mantilla explica que de esa forma los más necesitados también se involucran con la ayuda por los demás. Así también, desde hace algunos meses Luis Píntag colabora en la limpieza de las cinco mesas y del piso del sitio.
Píntag es cuidador de carros en las calles aledañas al comedor y a más de ayudar con la limpieza, sirve los platos en las mesas.
Mientras la comida termina de prepararse, los comensales empiezan a llegar desde las 11:30 y esperan guardando puesto hasta que la comida se sirva. El padre Urbina instaló una televisión en medio del comedor para que se distraigan mientras esperan.
Antes de servirse los alimentos, todos unidos comparten pasajes bíblicos si el padre no está presente y rezan una oración de gracias minutos antes de comer.