Los toros están en la política, la sociedad y la cultura desde tiempos inmemoriales en la península ibérica. Llegaron a varias de sus colonias para quedarse como el sincretismo cultural al que alude Carlos Fuentes en una obra clave: ‘El Espejo Enterrado’.
Las fiestas de toros juntaban en torno a la plaza a la realeza y al pueblo del estado llano. A los políticos encumbrados y a los más humildes.
Los políticos se lucieron y medraron de la fiesta de toros y hoy algunos quieren hacerlo en contra de ella. Hace pocos años la mala fortuna quiso que en Cataluña se proscriban las corridas. En esa comunidad llevaban años sin celebrarse como no sea en la emblemática plaza de Barcelona, que es un monumento arquitectónico.
Cataluña buscaba entonces en las Cortes (El Congreso, en España) la aprobación de su statut para caminar hacia la autonomía. La sola negativa provocó que se desempolvara un viejo proyecto antiespañolista que reposaba sin apoyos en el parlamento comunitario y, como respuesta política, recibiera viabilidad. Así, con el apoyo de ONG financiadas con fondos extranjeros se logró la victoria pírrica contra un símbolo de la cultura española.
Pero Francia bloqueó la prohibición en las zonas donde existe la tradición y la fiesta continúa llena de vida. En España los políticos de Podemos usan el discurso antitaurino, tanto como se usó en Ecuador donde la prohibición fue rechazada mayoritariamente en importantes ciudades pero por un puñado de votos se perdió en Quito donde se vetó la muerte del toro en público.
Hoy Bogotá y Colombia empiezan a revivir la fiesta para su capital. Aquí se mantienen grandes ferias como Cali, Manizales o la temporada de Medellín.
El Alcalde de Bogotá perdió en la Corte Constitucional y su apelación ante un tribunal. Resta que deje el cargo y se cumpla el mandato de la justicia para rescatar una tradición que, irrespetando los derechos de la minoría, unos cuantos quieren conculcar.