Los coches de madera en Quito unen generaciones de competidores

Galo Paguay / El Comercio El organizador de la carrera de coches de madera, Marco Aguilar, muestra fotografías de competencias de los último años.

Galo Paguay / El Comercio El organizador de la carrera de coches de madera, Marco Aguilar, muestra fotografías de competencias de los último años.

El organizador de la carrera de coches de madera, Marco Aguilar, muestra fotografías de competencias de los último años. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO 

Este sábado, 24 de noviembre del 2017, a las 08:30, volverán a rodar por la calle Las Casas los tradicionales coches de madera, como ocurre desde hace 44 años. Esta es una de las primeras actividades de las Fiestas de Quito, y que conecta a los chicos con el niño interior de sus padres y abuelos.

A la hora de armar estos vehículos y de prepararse para la competencia, la edad es lo de menos. Los competidores tienen entre 6 y 16 años. Pero en el diseño de los coches de madera y en la planeación de la estrategia para ganar participa toda la familia.

De eso es testigo Edmundo Valencia, quien es el constructor y mecánico oficial de la familia, desde que su cuñado Héctor Guerrón empezó a concursar hace 42 años en esta competencia. Esto prendió la chispa en la familia, que luego contagió a René, hermano de Edmundo. Así se inició la historia de la ‘Dinastía Valencia’.

Marco Aguilar, el organizador de la carrera, afirma que esto de los coches de madera es una hermosa herencia familiar. Los Valencia tienen siete campeones, entre ellos Yadira, una joven que logró el primer lugar dos veces y que compitió desde que tuvo 6 años hasta diciembre pasado, cuando cumplió 16 años.

En su trayectoria como constructor de coches, don Edmundo se lastimó varias veces. Pero en una de ellas, el esmeril hirió su rostro. Al verlo, su hijo ya no quiso competir. Pero él lo convenció luego de que el médico lo suturara, se puso una gorra para cubrirse del sol y fue a ver a su hijo triunfar. El dinero del premio sirvió para una deliciosa cena de Navidad.

Aunque cada año se inscriben alrededor de 40 pilotos, los Valencia, los Quishpe o los Guamán son los más famosos.

Se presentan en grupo y a menudo se disputan los primeros lugares en las tres categorías: de 6 a 9, de 10 a 12 y de 14 a 16 años. Sus vehículos deben pesar entre 60 y 100 libras, según la categoría. Ni una más, porque entre mayor peso, más velocidad y mayor riesgo.

Ahora, las carreras tienen esas reglas y se realizan en las empinadas calles Las Casas, Río de Janeiro y Mejía. Pero no siempre fue así. 44 años atrás se hicieron pruebas en La Gasca, El Dorado, Chaguarquingo y la Mitad del Mundo.

Poco a poco se descartaron algunas calles, y los modelos de los carros también tuvieron cambios. Los primeros -cuenta
Aguirre- los compraban en una carpintería, que para la gallada de su hermano mayor Jorge, era como la mejor juguetería, en el sector en donde ahora está la plazoleta La Victoria.

Corría la década de 1940 y el artesano que ahí trabajaba era muy hábil. Además de muebles elaboraba ollas, carros pequeños y otros utensilios que eran los juguetes de los niños de la época. Pero los preferidos de su recordado hermano, quien falleció en el 2009, eran esos divertidos bólidos.

La jorga llevaba sus vehículos 100% de madera a la puerta principal del cementerio de San Diego. Los niños se deslizaban por la calle Imbabura hasta La Victoria, pasaban por la 24 de Mayo y terminaban en la García Moreno. Así aprovechaban las calles, que desde las 17:00 quedaban casi desiertas y se convertían en sus pistas.

Ya en la década de 1970, en los inicios de las carreras, quisieron hacer un experimento. Hicieron una prueba de coches de más de 100 libras, cuyas ruedas tenían rulimanes, lo que los hacía muy veloces.

En esa prueba solo podían participar hombres casados, pero debían llevar una autorización por escrito firmada por su esposa. La categoría se llamó Fuerza Libre, y duró poco.

Uno de los participantes era Guerrón, cuñado de Edmundo Valencia. Según Aguilar, hubo buena respuesta pero también un accidente. Y el herido fue él. Era el encargado de esperar a los veloces coches en la calle García Moreno. Bajaron tan rápido que no tuvo tiempo de correr, así que decidió saltar para que uno de los competidores pasara por debajo de sus piernas. Pero al verse ganador, el piloto subió los brazos y alcanzó a Aguilar, quien se rompió el brazo. Así, los rulimanes quedaron prohibidos.

Ahora, los carros son distintos. Se permite máximo un 10% de material que no sea madera. Algunos coches tienen tres ruedas y, por eso, requieren de algunas piezas adicionales que suelen ser de metal. Eso sí, deben estar forradas para evitar heridas si hay un accidente.

Representantes del gremio de Maestros Mecánicos de Pichincha son los encargados de verificar que los coches cumplan con los requisitos establecidos por los organizadores, sobre todo que no sobrepasen el peso, para que no excedan la velocidad. También deben comprobar que nadie aplique la viveza criolla.

Cuenta Aguilar que ahora los pesan dos veces, porque alguna ocasión descubrieron que los familiares, tras el primer pesaje, ponían un pedazo de riel u otras cosas pesadas en el coche. Todo con tal de ganar.

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