La ciudad de Quito: cuna de la soberanía

Quito y su historia Juan Paz y Miño / Historiador

El concepto más importante que movilizaron los próceres del 10 de Agosto de 1809 en la Revolución de Quito fue el de Soberanía.

Sin duda provino de las lecturas de los principales filósofos ilustrados cuyas obras circulaban entre la élite intelectual quiteña. Pero adquirió elaboración y significado propios.

Bajo la coyuntura creada por la invasión de Napoleón Bonaparte a España (1808), se interpretó que una vez destronado el rey legítimo e impuesto un rey usurpador, como era el caso de José Bonaparte, la legítima representación del monarca se había perdido.

Ante este vacío del poder, el pueblo quiteño reasumía su soberanía. De manera que la Junta Soberana de Quito, formada el 10 de Agosto de 1809, precisamente expresó el concepto de soberanía como recuperación del poder legitimante y legítimo del pueblo para autodirigirse a través de sus propios representantes.

En otras palabras, la soberanía pertenece al pueblo. Un concepto revolucionario para la época, del que hoy es heredera la democracia ecuatoriana.

Pero hubo un significado adicional. La soberanía no fue solo con respecto al hecho del rey destronado, sino con respecto a la propia monarquía española y frente al mismo pueblo español. Fue asumida por los revolucionarios quiteños como una fórmula de autonomía. Era el primer paso, pues todavía no se expresó una radical exigencia independentista.

La masacre de los próceres el 2 de Agosto de 1810 radicalizó las posiciones en Quito. Después de la segunda Junta y la convocatoria al primer Congreso, la Revolución arribó a la creación del efímero Estado Libre de Quito, consagrado por la primera Constitución, expedida el 15 de febrero de 1812.

De la defensa del naciente Estado soberano se encargó la falange o milicia, al mando de Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar, quien fue el presidente de la primera Junta nacida el 10 de Agosto de 1809.

Montúfar había llegado como comisionado regio después de los acontecimientos que provocaron la muerte de los próceres quiteños; pero el proceso que ya se vivía en la ciudad y las propias convicciones patriotas de Montúfar, derivadas del pensamiento ilustrado, le radicalizaron.

A pesar de los primeros avances y éxitos militares de la falange quiteña, el cerco de las tropas realistas terminó con las resistencias y la persecución final de los últimos revolucionarios.

Aunque todavía el Acta del 10 de Agosto de 1809 contuvo una expresa proclama de fidelidad a Fernando VII, la Constitución quiteña abandonó ese “fidelismo”, pues solo reconoció la antigua vinculación con el monarca, admitiendo que podría venir a gobernar entre nosotros, siempre que libre de la dominación francesa y, además ajeno a cualquier amistad con el “tirano de Europa” (Napoleón), se someta a la Constitución.

Este principio es fundamental. El monarca debía someterse a una Constitución surgida del pueblo soberano, si quisiera gobernar estas tierras.

Un principio de monarquía constitucional nacido en una ciudad de Sudamérica apartada y cercada, del que las actuales monarquías constitucionales europeas se admirarían, pues fue establecido un mes antes de que lo introdujera la famosa Constitución de Cádiz, dictada el 19 de marzo de 1812.

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