En ‘Fedro’, Platón narra un paseo que Sócrates hace por las afueras de la ciudad. El filósofo de Atenas no se ubica bien por los caminos ni atina a reconocer dónde está. “Por lo que se ve, raras veces vas más allá de los límites de la ciudad”, le dice su acompañante. Es que “me gusta aprender. Y el caso es que los campos y los árboles no quieren enseñarme nada; pero sí en cambio, los hombres de la ciudad”, contesta Sócrates.
El aislamiento nos hace primitivos y cavernarios. Solo la interacción y el diálogo con otros seres humanos nos harán mejores personas, asegura Platón. La ‘Polis’ -la ciudad- es el lugar ideal para que esa coexistencia entre individuos con ideas y formas de ser diferentes se produzca civilizadamente.
La ciudad es, pues, el instrumento modernizador de la sociedad; es el lugar donde la democracia –basada en la conversación y en la convivencia pacífica- puede ser ejercida. ¿Pero cuál es el ingrediente esencial para que eso ocurra?
La ciudad debe ser segura; debe tener una muralla que detenga la violencia bajo la que se originó el universo. (Los antiguos griegos decían que la vida surgió luego de que Cronos castrara a su padre, Urano, y que de su sangre nacieran criaturas que fomentaban la carnicería, la discordia y el conflicto).
Para que cumpla su rol democrático y civilizador, la ciudad debe romper esa cadena de agresión y venganza bajo la cual se originó el mundo y reemplazarla por la ley, que es la forma humana de establecer el orden y formalizar el perdón, haciendo cumplir las sanciones.
Una ciudad sin ley ni orden será como aquellos descampados solitarios por donde Sócrates no atinaba cómo caminar. Un lugar donde cualquier cosa podrá ocurrir, una tierra fértil para la violencia, la intolerancia y la incivilidad.
Hoy que celebramos las fiestas de Quito es una ocasión propicia para reflexionar sobre el rol democrático y civilizador de nuestra ciudad. ¿Los quiteños somos más propensos al diálogo y a la convivencia pacífica?
Yo creo que no. En vez de interactuar en espacios públicos cada vez más amplios y libres, nos estamos volcando sobre nosotros mismos; nos estamos aislando en compartimientos sociales cerrados, evitando con ello el diálogo y la interacción con personas de ideas y estilos de vida diferentes.
Mucho de esto se explica por el estado de indefensión que experimenta la gente en esta ciudad. En los últimos días EL COMERCIO ha publicado una serie de reportajes que atestiguan de manera escalofriante cómo Quito -y otras ciudades- se han convertido en tierra de nadie, en lugares sin ley ni orden.
Lastimosamente Quito no es, ni de lejos, un lugar democrático y civilizador. Vivimos, como decía Cerati, en la ciudad de la furia.