Voceros del Régimen se anticiparon al Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) y anunciaron que en el último trimestre del año pasado la tasa de desempleo bajó de 9,1 a 8%, lo cual este organismo lo confirmó después.
La noticia sería positiva si esas cifras fueran el resultado de un proceso sostenido de recuperación de fuentes de empleo con base en estímulos a la inversión y a la producción, tanto estatal como privada, pero los hechos muestran que no existe, al menos por el momento, una razón para un fundado optimismo.
Mirando la realidad, el único sector que estaría generando nuevas plazas de trabajo (en todo caso, temporales) es el de la construcción, en el cual el Gobierno ha invertido enormes cantidades de dinero para reactivar ese rubro y, de manera simultánea, mejorar las condiciones habitaciones de miles de hogares pobres y medios. Pero los demás sectores, de alguna forma desplazados de las estrategias oficiales, no pueden estar en esa misma situación y por eso resulta poco real pensar que en los últimos tres meses de 2009 se crearon unas 50 000 plazas.
El Régimen, más por razones ideológicas que prácticas, mantiene una actitud poco receptiva respecto de los estímulos al sector privado, la apertura a la inversión extranjera y la racionalización salarial, más allá del efectismo mediático y clientelar, que si bien pudiera provocar aplausos de los supuestos beneficiados pone en riesgo el funcionamiento de la economía nacional en el futuro inmediato.
El Gobierno cuenta con los ingresos suficientes como para reactivar el aparato productivo, generar confianza, atraer inversión y promover el espíritu empresarial entre los ciudadanos, pero las visiones estatistas parecen impedirlo.