Ahora que Luis Chiriboga está (¿totalmente?) desvinculado de la dirigencia del fútbol, todos se preguntan cómo fue posible que una persona lograra quedarse 18 años (el 26% de su vida) al frente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, cuando la inestabilidad fue lo común en esta entidad.
Una explicación podría encontrarse al rastrear sus pininos en la política quiteña. Chiriboga ya era un dirigente con cancha y pergaminos (aunque no pudo ser campeón) de Deportivo Quito cuando ganó un puesto como concejal de la capital. Lo normal ha sido que la dirigencia del fútbol quiteño, tanto la barrial como la profesional, comparta tiempo con la política. Y lo normal ha sido que los votantes los apoyen. El deporte como trampolín a los cargos de elección es la fórmula más vieja de todas.
Chiriboga, que militaba en el Partido Social Cristiano aunque comenzó en el FRA, se alineó con los llamados ‘contreras’, los concejales que le hacían oposición a Jamil Mahuad, quien sufría porque tenía minoría por un voto en el Concejo. Eran los años en que los concejales no cobraban sueldo, algo que no impedía que algunos se tomaran muy en serio su puesto: muchos aspiraban a ser alcaldes, diputados e incluso presidentes. Así eran los concejales de antes.
En un momento, Chiriboga debió escoger entre seguir con los ‘contreras’ o continuar con los socialcristianos, cuyo líder Jaime Nebot ofreció apoyo a Mahuad. Chiriboga comenzó a dar quórum aunque no necesariamente votó en favor de los proyectos del Alcalde. Y así pudo ser luego diputado por Pichincha, con los votos de los quiteños.
En un fenómeno inverso a lo habitual, la política le sirvió a Chiriboga como trampolín a la Ecuafútbol. Como concejal y legislador obtuvo experiencia para negociar, para conciliar y para moverse en un ambiente hostil.
La política quiteña le enseñó que las elecciones no se ganan con declaraciones de prensa ni discursos. Se ganan con votos, los mismos que una vez recibió en Quito.