Las fiestas patronales son una nueva vía para mejorar la relación entre los vecinos. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO.
Este es el primer año que los moradores de Chimbacalle celebran sus fiestas patronales. La principal motivación fue recuperar una identidad que sienten se está perdiendo. Aunque resulta difícil de creer para un barrio representativo del sur que reúne varias obras arquitectónicas históricas.
Entre esas están la estación del tren, su iglesia, el Teatro México y las fábricas como la textiles La Internacional, Industrial y Palacios; la de fósforos; los Molinos Royal y la de sombreros Yanapi.
Con la llegada del tren y las fábricas, Chimbacalle se convirtió en un barrio obrero. Los negocios se multiplicaron y se abrió un comedor municipal conocido como el Comedor Obrero, en donde los fines de semana se realizaban bailes animados por la Banda Municipal; así lo recoge una publicación del Cabildo.
En la actualidad, los bailes ya no son una tradición y en cuanto a convivencia se refiere, ‘cada uno saca su pañuelo y baila’.
Esta situación fue la motivación para que sus dirigentes vieran a las fiestas patronales como una oportunidad para hablar de historia a las nuevas generaciones y lograr que los vecinos se unan y se sientan orgullosos de asentarse en ‘la puerta del sur’, como se conoce a Chimbacalle.
El dirigente Mauricio Aguilar explicó que las fechas escogidas para realizar la fiesta (junio 23-26) fueron clave pues coincide con el mes que llegó el tren hace 108 años.
Los habitantes más antiguos recuerdan con emoción cómo era ver llegar o tan solo pasar al imponente ferrocarril.
Delia Vizuete, de 75 años, llegó con su familia cuando tenía 6 a este barrio. Su padre trabajaba como maquinista y recuerda que cuando veían que se acercaba el ferrocarril se subían al vuelo y se volvían a bajar unos metros después; a esto lo llamaban ‘pavear’.
No faltaban las aventuras de meterse con sus hermanos al socavón, como conocían a un túnel que conectaba al sector con el río Machángara.
Su hermana Alicia, de 77 años, aunque dejó Chimbacalle cuando se casó, recordó vívidamente la emoción que le producía ver llegar al tren cargado no solo de pasajeros sino también de productos y animales.
Son pocos los familiares de moradores originarios que han quedado; muchos migraron y no solo de barrio sino de país, contó Delia.
Ligia Valdivieso, de 68 años, es otra moradora que habita en la Ciudadela México desde hace 60 años. Ella define a Chimbacalle como un lugar tranquilo para vivir, pero cree que sí necesita un mejor cuidado de sus áreas verdes. Pone como ejemplo al parque Floral, ubicado en la Ciudadela México, y junto a este una bomba de gasolina que dejó de funcionar hace varios años. Ella pide que se retire esta bomba para disfrutar del parque.
Raúl Armendáriz, de 60 años, recordó que su infancia transcurría entre el cementerio, el bosque y el tren. Cuando era niño jugaba en el cementerio (no había nada de temor) donde se ubica ahora la Unidad de Policía Comunitaria, en las calles Upano y Paute.
Son pocos los que conocen que allí se asentaba un campo santo que pertenecía a una orden religiosa.
Su dirigente también guarda múltiples historias de su infancia en Chimbacalle. Aguilar es nativo de este sector y recordó que con sus amigos paseaba por el Machángara cuando sus aguas aún eran cristalinas. Otra de las memorias de este barrio que recordó es la actividad deportiva. “Tenemos el primer estadio del sur”.
Entre sus anécdotas están los bailes generales que se organizaban, el vóley y las comidas típicas que no faltaban.
Para Aguilar, en la actualidad trabajan para que las fiestas patronales se asienten en el sector y que se vuelva un barrio más unido. Hay algunas cosas pendientes que requieren para mejorar el barrio como la reestructuración de los parques, una mejor señalización de las vías y que se les entregue el edificio para la Casa Somos.
La programación de las fiestas incluyó eventos deportivos, ferias de emprendimientos y música. Hoy, a las 08:30 se espera la entrega de espacios públicos por parte de la Administración Zonal.