Hace 25 años, el reactor número 4 de la planta nuclear de Chernóbil, en la entonces Unión Soviética, explotó y esparció una nube radiactiva por Europa central. El mayor accidente atómico de la historia mató inmediatamente a 31 trabajadores, desplazó a 300 000 personas, afectó a otros 8 millones y contaminó un área equivalente a toda la Costa Caribe colombiana más el departamento de Santander.
La conmemoración de esta tragedia en territorio de la actual Ucrania se realiza en medio de la contención de otro grave incidente de este tipo en Japón. A raíz del violento tsunami del pasado 11 de marzo, al que se añadieron errores humanos, tres reactores de la central nuclear de Fukushima explotaron y liberaron material radiactivo.
Hoy, mes y medio después del movimiento marino, la situación no está completamente controlada, mientras que Tepco, la empresa operadora, calcula que el enfriamiento de los reactores durará unos nueve meses. Un mes se demoraron las autoridades niponas en reconocer que el desastre fue de nivel 7, el más alto en la escala internacional de sucesos nucleares y solo alcanzado por la planta ucraniana.
A pesar de compartir grado de gravedad, los colapsos de Fukushima y Chernóbil -ocurridos con 25 años de diferencia- son de naturaleza muy distinta y, hasta ahora, con impactos diversos en radiactividad, área de contaminación y víctimas directas. Ambos accidentes han generado un debate mundial sobre la seguridad de la energía nuclear y la tecnología para responder a las emergencias.
Aproximadamente el 14% de la generación eléctrica del planeta proviene de 443 centrales atómicas. La proporción de esta fuente en la canasta energética varía considerablemente dentro de los treinta países con reactores.
Las preocupaciones de años recientes por el calentamiento global con combustibles fósiles resucitaron a los promotores de la energía atómica, que la consideran una opción más barata y limpia. El desastre de Fukushima ha detenido en seco ese ‘fervor’ y varias naciones han anunciado congelamientos de programas.
El futuro de las centrales atómicas pasará por entender las lecciones que dejó Chernóbil y que fueron desoídas en Fukushima. La primera tiene que ver con la transparencia en el manejo de la emergencia. Una segunda lección es evitar la arrogancia de confiar en exceso en los sistemas de reacción y en las decisiones humanas. Errores de diseño y de planeación detectados detrás del colapso de la central japonesa. Y, por último, un tercer mensaje que se podría aplicar a la actual emergencia invernal: por costosas que sean, hay que desarrollar tecnologías para enfrentar el peor de los escenarios. Sean robots en un reactor colapsado o contención para una vía o un río.