En su armario Jorge Janna no solo colecciona cosas sobre su ex mujer. También hay recortes de periódicos sobre la actividad teatral del país, otras fotografías sobre monumentos de distinta índole, las cédulas y las partidas de nacimiento de su madre y de sus hermanas, los registros mnemotécnicos de la biografía de Fanny Mikey que él escribió y que ella no le permitió publicar.
Afuera fue la sonriente y ‘berraca’ artista, adentro era una criatura frágil Minerva MendozaEx empleadaLos cuatro cuadernos llevan los títulos alternativos de ‘La ninfa’ o ‘Malafama’ (sus amigos le decían a Mikey de cariño Famma). También hay seguimientos de los procesos judiciales de la adquisición de sus tres departamentos y un voluminoso proceso de cuando logró la custodia paterna de su hijo. Elías es hijo de una modelo italiana que mantuvo una relación de pocos meses con su padre. Pruebas minuciosas de que Jorge Janna realmente existió. Hasta ahora a nadie se le ha ocurrido tratar de negárselo. Pero vive para que nunca venga ese día. En los últimos años él recuerda a una Fanny Mikey triste. La veía de tarde en tarde cuando alguna gira la llevaba a Medellín. Fue en una de esas últimas funciones que se volvieron a encontrar, cuando ella le dejó esa última posdata.
Tenía temple y supo fajarse con la vida, con el desamparo, con la soledad… Herederos de la actrizLos herederos de Mikey, en cambio, recuerdan su máscara: la de una mujer de temple que siempre supo fajarse con la vida, es decir, con la soledad, el desamparo, la desolación que acompaña a la fama. Y ella la tuvo mucha. Daniel Álvarez Mikey, el hijo de ella, sabe que en la lista de prioridades de su madre el amor estuvo al final. La mujer detrás de la peluca roja era más bien solitaria, inestable en las relaciones románticas, enamorada de esa obra gigantesca que se llama Festival Iberoamericano de Teatro, por la que pasará a los libros de historia no solo de Colombia sino de América. Minerva Mendoza, la empleada doméstica que la acompañó durante 24 años en el departamento de Chicó Alto (uno de los barrios más privilegiados de Bogotá), la pinta como una mujer dividida. De puertas para afuera era la sonriente y ‘berraca’ artista que supo sostener su Festival cada año. Pero adentro, ya sin maquillaje y sin público, era una criatura frágil y sensible, que acusaba la ingratitud y el despecho. No volvió a admitir a ningún hombre en su casa. Incluso las visitas, si eran masculinas, debían retirarse pronto. Tenía a Colombia a sus pies pero se sentía a gusto más sola que acompañada.No siempre fue así. Janna recuerda a una mujer creativa e infantil. Mientras estuvieron casados, entre 1981 y 1986, ella se acostumbró a dejarle notas cuando él dormía. Las escribía con delineador o lápiz de labios, en los espejos de su casa, en las almohadas, en las sábanas y, a veces, incluso en las prendas íntimas de él, para recordarle que lo que le cubrían le pertenecía a ella. El recuerdo, ahora, lo hace reír. Su emoción no es la de un hombre que vivió estas cosas hace 20 años. Su entonación, la expresión de su cara, la manera cómo entorna los ojos cuando desgrana esos mínimos versos es la de alguien que aprendió a vivir con una parte de su pasado quemándole en la piel. El día de su primer aniversario la actriz iba a estar de gira. La víspera habían peleado. Antes de salir de la casa, mientras su joven marido descansaba en el lecho, le dejó esta carta: “Amado Jorge./ Esto es lo que soy/ mal o bien/ es todo lo que soy./ Tómame, disfrútame,/ sáciate en mí/ y luego desfallecido/ descansa sobre mí.// Todo mi cuerpo te espera/ mi cuerpo huracán/ mi cuerpo remanso/ para ti/ tu Miky”. Cuando termina de leer cierra los ojos y respira. Tararea algo que parece un bolero. Otra vez me surge la pregunta de ¿por qué me cuenta esto a mí? ¿Por qué me ha abierto ese minucioso secreto que es su armario? ¿Por qué piensa que podré entenderlo? No lo sé. Me arriesgo a creerle.