En Cotacachi, provincia de Imbabura, aún se preserva el oficio de elaborar vasijas y platos con el barro o arcilla. Foto: El Comercio
El imponente volcán Cotacachi, situado en la provincia de Imbabura, en el norte de Ecuador, acompaña silencioso a mama (madre, en kichwa), Carmen Andrango, en el pastoreo de sus cuatro vacas.
Esta mujer, de 70 años, que habita en la comunidad indígena de Alambuela, ubicada a 15 minutos de la cabecera cantonal de Cotacachi, alterna las actividades del campo con la elaboración artesanal de cerámica.
La matrona es considerada la última alfarera de la zona. Con sus manos plegadas, que delatan el paso de los años, ha elaborado miles de vasijas, ollas, pondos y tiestos, por cerca de medio siglo.
Andrango recuerda que este oficio, que le permitió criar a sus seis hijos, le enseñó su madre, Rosa María Andrango, ya fallecida. Cuando tenía 20 años, Carmen empezó a confeccionar unas pequeñas vasijas con las que obtuvo sus primeras ganancias. No recuerda el monto de dinero que recibió por comercializar las ollas, pero eso si comenta eran en sucres, la extinguida moneda ecuatoriana.
En la parcialidad de Alambuela, poblada por casas de adobe y cubierta de teja, todos los 345 habitantes conocen a mama Carmen. Este sitio tenía fama en Imbabura por su lazo por modelar el barro. Así explica Lenin Alvear, responsable del Museo de las Culturas de Cotacachi.
El investigador indicó que también hay experiencias de otros poblados vecinos que están asentados en lo que hoy es el territorio de esta jurisdicción. Explica que también se han encontrado vestigios en las zonas de Tunibamba, Imantag y el valle de Intag.
Según Alvear, en esta última localidad se encuentra la arcilla de mejor calidad. Aquí es posible obtenerla de tres tipos: blanca, negra y roja.
Digna Taya, presidenta de la comuna de Alambuela, lamenta que este oficio, que fue heredada por varias generaciones, ahora se está perdiendo. Los jóvenes de la zona, señala, han dejado de lado este tipo de artesanía.
Por eso, Andrango se ha convertido en la guardiana de la alfarería en esta zona rural de Imbabura. En su hogar almacena una docena de quintales de polvo rojo y blanco.
Este material lo extrae y transporta, una vez al mes, desde una quebrada vecina hasta su vivienda. La materia prima la trabaja sobre un plástico. Ahí mezcla los dos tipos de barro y luego lo tamiza, para poder secarlo al sol.
Con sus manos fricciona la masa, que toma un color grisáceo, luego de que le añade agua. Lo más sorprendente es que esta artesana no emplea moldes para confeccionar las piezas únicas de cerámica.
También asombra que la campesina elabora una fogata circular, con troncos de eucalipto, para cocer las figuras. En este improvisado horno, en el que cubre los objetos de barro con fibras de maíz o trigo que son deshechadas, consigue una buena secada.
La mujer asegura que el mejor material para la horneada es el excremento de ganado disecado, que lo obtiene de sus cuatro cabezas de ganado. “Con este material salen las piezas rojas y no grises”, asegura.
De acuerdo con Alvear, la tierra tiene un significado simbólico para los pueblos kichwas. “Por esta razón la cuidan y la veneran”.
El paso de los años ya pasan factura a Andrango. Ahora, cada mes solo alcanza a elaborar unas 10 piezas de barro. Antes hacía 50. La mujer que viste un anaco (una especie de falda), de color negro, y una blusa blanca, con flores bordadas en el cuello y las mangas, las comercializa en una feria dominical.
Se trata de la exposición Jambi Mascaric (Buscando la salud), que se realiza en Cotacachi. Junto a las vasijas de Andrango, también se expenden alimentos agroecológicos y productos artesanales.
Sobre una especie de manto, a la que los indígenas le llaman fachalina, doña Carmen acomoda una a una la docena de ollas que ofrecerá a USD 1 y 2. También hace intercambios con otros campesinos que le dan maíz, trigo, cebada a cambio de una de estas piezas.
Magdalena Fueres, dirigente del Jambi Mascaric, también considera que la alfarería andina se está perdiendo en las comunidades rurales debido a su laboriosidad. Es más, uno de sus temores es que desaparezca.
Según Amílcar Proaño, jefe de Cultura del Municipio de Cotacachi, vincula este deterioro al proceso de modernización que vive la comunidad. Además, se refirió a un posible riesgo de extinción de esta actividad ancestral.