Para algunas comunidades indígenas, la cosecha es un ritual sagrado que se hace en minga, mientras se canta el Jahuay. Foto: Cristina Márquez/ EL COMERCIO.
La cebada y el trigo maduran entre junio y agosto de cada año, en Chimborazo. Es entonces cuando los páramos se pintan de amarillo y empieza la cosecha. Para algunas comunidades indígenas, este es un ritual sagrado que se hace en minga, mientras se canta el Jahuay y se bebe chicha de jora.
Manuel Bagua tiene 84 años y es oriundo de la comunidad El Lirio, ubicada a 20 minutos de Colta. Él es el Paqui del Jahuay, el protagonista de este ritual en peligro de extinción. Su función es dar la voz de mando para que avancen las filas de hombres y mujeres que cortan las espigas con una oz.
Además, es la voz principal del canto. Cada estrofa está dedicada a la tierra, al viento, al agua, al sol, a los animales… después de su canto en quichua, las mujeres que le acompañan responden en coro “jahuay, jahuay, jahuay”.
Manuel casi no habla español, pero en su lengua nativa, el kichwa, es elocuente en sus discursos para animar a la gente antes de la cosecha. Les habla sobre la importancia de agradecerle a la Pachamama (madre tierra) por el trigo que les dará de comer. También les pide que inviten a sus hijos a cosechar con ellos, para que el ritual no se muera.
Él cantaba el jahuay desde su infancia. Cuando tenía 8 años era el encargado de servir la chicha para que se refresquen los trabajadores. Así aprendió todas las canciones para comunicarse con los dioses. Hoy le llaman ‘Taita Paqui’.
“Antes, el patrón nos pegaba para que trabajemos. Él solo nos miraba y había que servirle chicha”, recuerda Manuel. En la época de las haciendas, cuando las largas jornadas de trabajo y los golpes de los capataces agobiaban a la gente, le dedicaban estrofas en quichua y se burlaban de él.
Mario Godoy, un musicólogo riobambeño que investiga el ritual desde los años ochenta, cuenta que con la reforma agraria y la tecnificación de la cosecha el canto empezó a desaparecer. “Había menos mingas y los indígenas empezaron a migrar a las ciudades. El conocimiento de estos rituales se muere con los más ancianos”, dice Godoy.
En Chimborazo se identificaron solo seis comunidades en las que aún se canta el jahuay para cosechar: Pulucate, Calpi, Cebadas, Cacha, Llinllin y Tixán. También hay algunos grupos que practican este rito en Cañar.
Antonio Bastidas, de 84 años, es otro Paqui, uno de los pocos que continúan con vida. Él nació en la comunidad Chatun San Francisco, en Cebadas. Su padre le enseñó a cantarle a la tierra cuando cumplió los 6 años, pero sus hijos no están interesados aprender. Por eso sus conocimientos morirán con él.
“Ellos no quieren seguir la línea de conocimientos de mi familia. Todos estudian en la ciudad”, se lamenta Antonio. Él viste un poncho rojo de lana de borrego para resistir el frío del páramo. Camina despacio mientras dirige los cantos, pero aún tiene fuerzas para recorrer largas extensiones de sembríos en los terrenos empinados de su comunidad.
Cuando se termina la cosecha empieza la pamba mesa. Las mujeres tienden en el suelo sus chalinas de colores y sobre ellas colocan papas cariuchas, habas cocidas, choclos, queso y fritada. Es un momento de descanso y de celebración por el día de trabajo.