El Gobierno llevó a la dirigencia waorani en pleno, a participar de una cumbre internacional más, en avión exclusivo y exhibiendo lanzas y coronas de plumas, como recurso para pedir, en la cumbre de cambio climático, apoyo a la iniciativa ITT. El Presidente dijo, en su discurso en Cancún, que los waorani son nuestro orgullo nacional, nuestros guardianes de la selva.
La imagen de los wao en Cancún, Copenhague, Nueva York, dista mucho de la vida real de los wao. A Coca llegan, a diario, nuestros guardianes de la selva y nuestro orgullo nacional. Cuando salen de sus comunidades no tienen donde dormir. No tienen donde quedarse y, por lo general, buscan posada y algo de comida en la misión capuchina. Los viejos y las mujeres intentan vender alguna artesanía para sobrevivir en esa selva de ciudad que es Coca. Si van al hospital con alguna dolencia no lograrán hacerse entender. Van sin un centavo para medicinas y se ven obligados a pedir ayuda.
Piden. Piden a las compañías. A las ONG. A algún ministerio. A quien les quiera dar. Cuando tienen escuela, no tienen profesor. Los jóvenes que quieren estudiar no tienen para una matrícula’ unos pocos, que lo han logrado, lo han hecho apoyados en las compañías o en algunos de sus antiguos tutores del ILV.
Muy irresponsables hemos sido con nuestros “guardianes de la selva” y con nuestro “orgullo nacional”. Los vemos por ahí, haciendo tratos con gentes de no fiar: madereros, traficantes, ti-madores. O sacando alguna pierna de wangana a la feria de Pompeya, vendiéndola a comercian-tes que les pagan una miseriaque no alcanza ni para el almuerzo de ese día.
La dirigencia, casi siempre ausente de sus comunidades, viene bien para gritar contra el petróleo (aunque luego los dirigentes acudan a las mismas compañías contra las que protestan), para ir a foros internacionales, o para firmar convenios incluso con empresas fantasmas (Ecogénesis, Corpya) que luego se aprovechan de ellos.
Mientras tanto, hay un altísimo porcentaje de población waorani afectada por la hepatitis B. Quienes logran trabajar lo hacen para las compañías petroleras. Quienes tienen mejor suerte porque viven más apartados, en el turismo. No tienen salidas. No tienen posibilidades. No tienen educación. Ni salud. Ni una vida digna. Quienes fueron guerreros hace poco más de cincuenta años, hoy mendigan por una cola, un pan, alguna migaja en la selva “civilizada”.
A nuestro orgullo nacional, al valiente pueblo waorani, a nuestros guardianes de la selva, y demás grandilocuentes adjetivos que hacen parte de la retórica, le hemos dado, como país, trato de verguenza: empobrecidos, marginados, pisoteados, desvalidos, sin rumbo. Con o sin ITT, el Estado tiene una deuda pendiente con ellos.