Fernando Toscano es uno de los trabajadores de las imprentas del barrio América. En su lugar de trabajo imprimió más de 4 000 calendarios. Foto: Alfredo Lagla/EL COMERCIO
En una ciudad acelerada, donde el tiempo transcurre entre el ir y venir de más de 430 000 vehículos y el aumento del acceso a la tecnología, los calendarios impresos, aquellos con un mensaje de prosperidad para el año nuevo sobreviven.
Y aunque según el Censo 2010, el 88,1% de viviendas tiene acceso a telefonía celular y el 50,4% tiene un computador, el almanaque electrónico no ha logrado desplazar por completo al que aún se puede observar en el escritorio de una oficina o en la pared de un hogar.
En los últimos días del 2014, las máquinas de imprentas del barrio América, donde se concentran cerca de un centenar de establecimientos de este tipo, desaceleraron su ritmo. Esto luego de todo un mes de pedidos y jornadas que se extendieron, en algunos casos, a fines de semana y feriados.
Entre el mantenimiento de uno de los aparatos y el apilamiento del último grupo de calendarios de una marca reconocida de aditivos, Gustavo Verdezoto, quien tiene 20 años en el oficio de impresión, reconoce que la demanda ha bajado en los últimos 10 años. Al menos ha pasado de unos 20 000 a 10 000 por cliente.
Sin embargo, para la Compañía Gráfica Villamarín y Bravo, donde trabaja Verdezoto, en diciembre, la elaboración de calendarios representó cerca de un 20% del ingreso total, alrededor de 25 000 calendarios.
Danny Estrella, administrador del local, comenta que aún es una costumbre de las empresas y de pequeños negocios el entregar un recuerdo a sus clientes y, a la vez, posicionar la marca y sus productos.
Esa es, precisamente, una de las variables que mantiene vigente al calendario. Andrés Seminar, presidente de ActuarEcuador y especialista en comunicación y estrategia publicitaria, explica que pese a que las marcas “de la cúspide de la cadena comercial” ahora buscan nuevas estrategias para publicitar sus productos o servicios, como redes sociales, el almanaque es un elemento visible y de baja inversión que se sigue usando.
En Tecni Troqueles, otra de las imprentas del barrio del centro norte de la urbe, la impresión del millar de calendarios va entre los USD 60 y 80. Aunque, los precios varían según el tamaño y el diseño. Fernando Toscano, trabajador del establecimiento, relata que hay algunos clientes que compran el material con diferentes diseños y él se encarga de colocar el logo y el mensaje.
Este trabajador, al igual que otros operarios de maquinarias en calles como la Río de Janeiro, Estados Unidos y México, es parte de los 110 529 de personas que ejercen la actividad de oficiales, operarios y artesanos en el Distrito Metropolitano. En el país hay 1 699 establecimientos registrados en actividades de impresión, de acuerdo con el último Censo Económico.
Y si de posicionar una marca se trata, en la Cooperativa de Ahorro y Crédito Jep, que cuenta con 36 agencias en el país y que en febrero abrió la primera en Quito, en el sector de la Villa Flora, este año encargó un millón de calendarios.
De esos, unos 11 000, de tres modelos, se quedaron en la urbe, para distribuirlos entre los 3 000 socios. De pared, bolsillo y de escritorio son los modelos que encargaron en Jep. Los primeros, con un diseño en forma de ruleta, están dirigidos para los clientes frecuentes.
Jacqueline Uyahuari, gerenta de la zona norte de la Cooperativa, apunta que la razón para conservar esta costumbre es mantener y difundir la imagen institucional, principalmente en Quito, donde la agencia tiene menos de un año. En el país tiene 42 años de trayectoria.
También, a decir de Seminar, hay una modalidad más sofisticada de calendarios: las agendas. Paúl Castro, propietario de Import Color, hasta el final del 2014 entregó pedidos de estos artículos. Él ofrece cinco modelos de entre USD 2,50 y 3. En diciembre elaboró unos 10 000 ejemplares.
Pero, pese a que clientes como los de Estrella prefieren diseños más sobrios, en la imprenta en la que trabaja Toscano, aún se conservan los gustos por las imágenes de cachorros, vehículos y mujeres. En un millar pueden ir varios diseños.
En otro punto donde los calendarios son de cajón cada año es en el local de telas Reinatex, que tiene 25 años en el mercado y cuenta con una sucursal en el Centro Histórico.
En estos y otros puntos, el calendario Gregoriano, una de las diferentes variaciones que ha tenido el ser humano para medir el tiempo, en la urbe aún continúa siendo una forma de promoción y, para los propietarios de imprentas como las del barrio América, una fuente de ingresos en diciembre.
En contexto
La entrega de calendarios en la ciudad es una tradición y un mecanismo de publicidad. En lugares como el barrio América, donde se concentran múltiples imprentas, diciembre constituye un pico en la jornada laboral. Según un publicista, es un mecanismo económico que aún está en vigente.