Las tareas de rescate del barco de carga Galapaface I siguieron, a cargo de dos empresas, en el sitio del percance. Foto: Vicente Costales / El Comercio
Junto a la avenida Charles Darwin, la principal de Puerto Baquerizo Moreno, se levanta una casa de más de 100 años. Es de tronco puro de matazarno, planta endémica de Galápagos, famosa por resistir el paso del tiempo.
Esa es la morada de doña Tránsito Lara, de 80 años, nativa de San Cristóbal. Desde su pórtico evoca el 16 de enero del 2001. “Eso fue una tragedia… Aquí siempre recordamos al Jessica”.
A unos 800 metros del puerto, el buque petrolero encalló en la Bahía Naufragio. Trasladaba 160 000 galones de diesel y 80 000 de búnker. Parte del combustible se derramó, afectando a colonias de lobos marinos, pelícanos y piqueros patas azules de esta y otras islas cercanas.
El informe
Los impactos biológicos del derrame del Jessica en Galápagos, de la fundación Charles Darwin, recopila algunas fotos del accidente. Crías de lobos marinos embarradas del líquido aceitoso, aves muertas, el reflejo tornasolado del agua contaminada alrededor del buque. Vertebrados, microorganismos y algas contaminadas. El principal alimento para otras especies aportó a una cadena de muerte y destrucción.
Después de 13 años, la comunidad no olvida la tragedia y por estos días el tema revive por el encallamiento del buque de carga Galapaface I, que portaba combustible para su navegación y químicos contaminantes entre sus 1 100 toneladas de carga.
“Hay temor. En el tiempo del Jessica los peces huyeron. Nosotros nos metimos al mar para ayudar a sacar el diesel… Mire los ojos cómo me quedaron”, dice Pedro Carpio, pescador. Las gafas ocultan sus ojos enrojecidos. “Fue terrible… Al Jessica tuvieron que dejarlo ahí, en el arrecife”, cuenta Homero Huamanquisa, taxista.
Una boya roja en el mar, bautizada por los navegantes como Jessica, es la señal del sitio donde fue fondeado. Se fundió con el arrecife Schiavoni y ahora es un santuario para los buzos.
El caso del Jessica, por el que el Estado recibió una indemnización de USD 3,4 millones, está archivado en viejas carpetas en la Capitanía del Puerto de San Cristóbal. “Características: buque tanque. 65 metros de eslora (largo), 10 de manga (ancho), 787 toneladas de carga”, lee uno de los oficiales.
Aquí también se archivan otros encallamientos, como el de los buques de carga Marina 91 y Floreana, este último sufrió un leve accidente el año pasado cuando se aproximaba a San Cristóbal.
Pero, ¿qué ocurre en esta bahía? Para los galapagueños su nombre lo explica todo. La Bahía Naufragio está rodeada por formaciones rocosas que se adentran en el mar, a poca profundidad.
El jueves por la tarde, el teniente Wilson Bohórquez y capitán Marco Mesa, de la Dirección Regional de los Espacios Acuáticos y Guardacostas Insular (Dirgin), sobrevolaron la zona de encallamiento. El helicóptero Bell 430 HN407 se deslizó a unos 3 000 pies. Desde el aire es más fácil comprender la magnitud del impacto. Debajo del Galapaface se extiende una enorme masa de agudas rocas, algunas aún incrustadas en su casco.
Fabián Bolaños, coordinador de la Subsecretaría de Puertos y Transporte Marítimo y Fluvial de San Cristóbal, explica que el buque realizaba maniobras de zarpe la madrugada del 9 de mayo. Iba con el 70% de la carga, rumbo a Santa Cruz, y para abandonar el lugar, los barcos suelen hacer un giro en forma de U. Se presume que los fuertes vientos llevaron al Galapaface I hacia las rocas, justo frente al faro de Punta Lido.
En 2013, 72 naves grandes arribaron a las islas Galápagos, según datos de la Subsecretaría de Puertos y Transporte Marítimo y Fluvial. Solo los buques de carga -que ahora son solo cuatro- transportan 5 500 toneladas mensuales de carga al archipiélago (el 85% de toda la carga que entra a las islas).
Desde el 2008, en Galápagos se habla del proyecto de un Sistema Óptimo de Transportación Marítima de Carga para mejorar el servicio y evitar más accidentes. Sin embargo, el gobernador Jorge Torres afirma que ese plan, que calcularon finalizaría en 2012, aún sigue en estudio.
Parte del proyecto era construir un muelle de aguas profundas para Galápagos, desde donde se sacaría la carga con grandes barcazas. Pero se debe analizar, cautelosamente, la forma de no alterar el ecosistema.
Solo en Guayaquil, desde donde zarpan los barcos, construir un muelle con todas las medidas de bioseguridad costaría unos USD 22 millones. “Algo similar se haría en las cuatro islas pobladas, pero los puertos se asientan sobre espacios reducidos, donde no hay la profundidad necesaria. En el caso de Isabela y San Cristóbal aún no está definido el sitio donde puedan acoderar embarcaciones de 600 u 800 toneladas de carga”.
En el caso del Galapaface, la empresa Sagemar, en alianza con la internacional Mammoet, avanza con el operativo de rescate. Las sanciones también están en marcha y se establecerán según el Código de Policía Marítima.
En un comunicado, la Subsecretaría de Puertos indica que “la Capitanía de Puerto Baquerizo Moreno está a cargo de las investigaciones y pondrá las sanciones que correspondan por la contaminación del Parque Nacional Galápagos”.
El viernes, el enorme e imponente buque Isla Puná atracó muy cerca de la casa de doña Tránsito, en la zona céntrica y turística de San Cristóbal. En el muelle aguardaban algunos tanqueros para recibir su carga: cientos de galones de combustible.
Una barrera amarilla de contención de hidrocarburos rodeó a la embarcación durante horas. Es solo una medida para evitar un nuevo accidente.
En contexto
El encallamiento del Jessica, en el 2001, causó un grave impacto en el ecosistema de Galápagos. El 9 de mayo pasado sufrió un accidente el Galapaface I. Para evitar una tragedia ambiental, la embarcación será hundida fuera de la Reserva Marina del archipiélago.