M e invitaron a la boda de la familia Real. Así que me preparé con tiempo. Llevé los zapatos negros donde el maestro de la esquina. Diagnóstico: “Elegantes, pero necesitan una corrida. Aproveche este rato, porque después de la consulta quedarán prohibidas las corridas”. Cuando ya tuve zapatos, vi que el esmoquin de papito me daba en tamaño, pero la faja tuvo que reforzarse, para que no me dijeran gordito horroroso. La camisa tuve que comprar en Sangolquí, una que originalmente había sido para un padrino de bautizo.
Pelado el pollo, salí encachinado y me dirigí a la Catedral. Ahí salió don Carlitos Real, el padre del novio, quien también había madrugado. “Lo que es la vida, don Lobo. Se me casa el Guillo. Ojalá que asiente cabeza con la Catita”. Entonces nos pusimos a hablar de política, tema obligado en la provincia de Pichincha, hasta que llegara toda la concurrencia.
Continuó don Carlitos: “Usted, como periodista, ha de votar no. Yo, como empleado público, voy a votar sí. Pero la verdad, ¿cree que algo va a cambiar con nuestro voto en nuestras vidas? El 8 de mayo, el día de mi mamita, Chabela Segunda, gane el que gane, igual de pobre hemos de amanecer”.
Entonces yo repliqué: “Ele, yo no. Porque voy a comprar el lotto del día 7. Lo que sí, estoy seguro que igual han de ‘trabajar’ los ladrones el 8, salga lo que salga en la consulta”. Después de la misa, fuimos a la casa de la familia Real.