San Antonio tiene sobre todo fama de casamentero, pero los miles de fieles que cada 13 de junio le honran en sus altares a lo largo y a lo ancho de Brasil le piden también curaciones, pan, trabajo o protección.
O simplemente le agradecen los dones recibidos a lo largo de un año o de una vida, como Gabriela Croharé, que el martes acudió a la misa de media tarde en el Convento del santo en Río de Janeiro.
“Vengo a buscar fuerza y a agradecer (…). Hace seis meses estaba prácticamente diagnosticada de cáncer y [al final] no tengo cáncer, entonces es un motivo más para estar acá, agradeciéndole a la vida”, afirmó esta empleada bancaria, de 43 años.
La procesión es incesante en las escaleras que suben hasta la cima del Morro donde se encuentra el Convento, en el centro de la ciudad.
La multitud -mayoritariamente de edad y clase media, más mujeres que hombres y más blancos que afrodescendientes- expresa su devoción acariciando estatuas y encendiendo cirios con votos dirigidos al religioso que vivió en Padua (Italia) a inicios del siglo XIII.
En una pequeña explanada unos metros más abajo, un joven fraile franciscano distribuye panecillos, “el pan de los pobres”, a quienes ya cumplieron la liturgia.
Quienes lo reciben “recordarán al comerlo que hay más gente que quiere comer pan. Y si todos repitiéramos ese gesto, no habría más hambre en el mundo”, sostiene fray Alfredo Epalango Prego, procedente de Angola y estudiante de Teología en Brasil.
Fernanda Cunha, una abogada de 43 años, no escatima elogios con una figura que, según dice, protege a su familia desde hace varias generaciones.
“Todos fuimos criados en la devoción de San Antonio”, que “siempre atendió todos mis pedidos”, asegura.
El último ejemplo es su puesto de funcionaria pública. “Le prometí [al santo] que si obtenía esa gracia, le donaría mi primer salario. Me llamaron en diciembre, empecé a trabajar en enero y en febrero vine aquí a cumplir mi promesa”, cuenta.
También sus deseos se cumplieron cuando resolvió tener un hijo. “Cuando quise quedarme embarazada, vine aquí a pedirlo. Mi hijo nació y se llama Antonio”, afirma con orgullo.
¿Su esposo le cayó también del cielo? “Mi marido siempre dice que viene aquí todos los años porque yo había venido antes a colocar un San Antonio cabeza abajo en un vaso de agua, para poder casarme con él. ¡Pero yo no le hice ese pedido a San Antonio, no!”, afirma en un estallido de risa.
Suzana Maria Fernandes, una joven periodista negra que oficia de asesora de comunicación en una parroquia, fue a la misa con un pedido bien específico.
“No vine a pedir casamiento. Vine a pedir la paz en Rio de Janeiro, porque Rio está muy violento. Y es una ciudad linda, que no merece todo lo que le está ocurriendo”.