La boda real

Todo el mundo murmura, todo el mundo comenta. Incluso los titulares de los principales medios no han dejado de cubrir el gran evento del siglo. William y Kate, pese a la oposición y “duros” obstáculos, han contraído nupcias.

Lo imposible se ha hecho realidad. Una plebeya, inteligente y sensual, se ha casado con un príncipe. William Arthur Philip Louis Windsor, de sangre pura y real, ha desposado a la bella Katherine Elizabeth Middleton. Pobre chica. Después de ocho años de espera, ‘Waity Katie’ -tildada así por la prensa rosa británica- ha coronado su sueño.

En efecto, se ha realizado el sueño de toda novia. Boda con el mayor esplendor. Boda en el mejor de los sitios. Nada más y nada menos que en la Abadía de Westminster. Boda con los mejores invitados. Reyes, duques y príncipes, aunque en decadencia, representan grandiosidad, boato y prestigio. Prestigio que solo ciertos famosos como un cantante de pop o un jugador de fútbol lo pueden lograr. Caso contrario, los espacios están cerrados. Al igual que hace 300, 500 ó 1 000 años, el pueblo es espectador. La historia no ha pasado ni un día. Todo es circular. Esos, los plebeyos, siguen estando en el mismo lugar. No son actores, son objetos pasivos de la historia. Son útiles para rendir pleitesía, vasallaje y obediencia. Son, tanto como allá y aquí, para hacer posible la magnificencia del poder. Qué hermoso, qué maravilla. Incluso el pueblo, abarrotado a las afueras del templo, derrama sus lágrimas al ver pasar el cortejo real.

Eso es trascendental, eso es noticia, eso es motivo de atención. No importa que estemos a pocos días de una consulta en la cual cerca del ochenta por ciento de la población no sabe sobre lo que va a votar. No importa que estén en juego las libertades. No importa la acumulación del poder y el control de la justicia. No importa la democracia. Total, ¿a quién le interesa el futuro del país?

Más importante es saber de la boda real y lo que viene luego. ¿Será capaz la gran Kate de dar carácter a una realeza muy venida a menos? ¿Tendrá más pantalones que la princesa Diana? ¿Podrá soportar toda su vida sin comer mariscos?

En un mundo injusto y excluyente, se ha redimido el sueño de los plebeyos. Un sueño que, a todas luces, no se reduce a la consecución de la libertad sino a ser parte del mismo sistema sectario, estamental y de dominación.

Ese es el estado del cual no queremos salir. Como decía Adorno, los seres humanos, pese a lo que puedan creer, no son libres. Poseen, para mi forma de ver, formas de pensamiento y acción restrictivos, impuestos no solo por las condiciones sociales sino por el poder. Viven en una “prisión al aire libre”. En eso se esta convirtiendo el mundo. ¡Que vivan los novios!

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