Cinco años ya, desde la muerte de Juan Pablo II, atleta de Dios, según me fue grato llamarle cuando murió. 300 000 fieles se dieron cita, entonces, en la Ciudad del Vaticano -Plaza de San Pedro y alrededores- para despedirle. Espontáneo grito, resonante como plegaria, expresó los sentimientos de aquella multitud nunca antes vista: el deseo de que la Iglesia universal, a la que tan bien supo servir el Papa Wojtyla, le concediera pronto el honor de los altares:¡”Santo, ya!”, decían, aludiendo a la larga lista de Siervos de Dios que esperan la glorificación.
El derecho canónico establece plazos para investigar las Causas de los Santos: reunir testimonios sobre sus virtudes en grado heroico; ortodoxia doctrinaria de sus escritos; opinión que inspiraron en su época; súplica por los fieles, de su intercesión ante el Padre común para sobrellevar las contrariedades y recuperar la salud; milagros que por su medio se hayan alcanzado del poder de Dios, inexplicables por causas naturales pero posibles gracias a la misericordia divina.
La beatificación de Juan Pablo II, ayer domingo 1 de mayo del 2011, a los seis años y días desde su santa muerte, el 2 de abril del 2005, es una de las más rápidas en la historia. Cientos de miles de personas llegadas de todo el planeta confirmaron el pedido de quienes, años antes, urgían la beatificación inmediata de Juan Pablo II. Los avanzados medios de comunicación, al dar a este acontecimiento un sin igual significado, contribuyen a ponderar la trascendencia del nuevoBeato en la historia universal.
Fue uno de los Pontífices de mayor duración en la Iglesia, algo más de un cuarto de siglo y, sin duda, el que más ampliamente cumplió el mandato de Cristo: “¡Id y predicad! Visitó todos los continentes, casi todos los Estados y cientos de ciudades. Utilizó todos los medios de transporte, en especial los más modernos. Bendijo a las multitudes en decenas de idiomas invitando a la oración, el bien y la paz. Junto a otros miles, canonizó, a nuestro Hermano Miguel y beatificó a la Madre Molina. Profundizó la doctrina cristiana, procuró divulgarla, la estudió en cientos de homilías, discursos, libros, encíclicas, cartas y artículos. Creó plegarias profundas, sencillas y devotas. Amplió a 5 los misterios del Rosario. Actualizó, manteniendo la ortodoxia, el Catecismo de la Iglesia, reformuló de modo estricto el Código de Derecho Canónico. Exigió con valor moral y disciplina. Logró que Israel, EE.UU. y México reconociesen al Estado Vaticano. Auspició el ecumenismo; aproximó las 3 grandes religiones monoteístas (judíos, cristianos y musulmanes), y se enfrentó a los dos mayores poderes materialistas del siglo XX: el comunista, que le hizo víctima de grave atentado pero a la postre fue vencido, y el capitalista, contra cuyos excesos previno señalando el contraste cada vez mayor entre las minorías opulentas y las masas depauperadas.